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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Bien pronto la harpía individual fue una harpía colectiva, un monstruo horripilante que ocupaba media calle y tenía cuatrocientas manos para amenazar y doscientas bocas para decir: ¡Cosas malas en el agua! Quien no piensa nunca, acepta con júbilo el pensamiento extraño, mayormente si es un pensamiento grande por lo terrorífico, nuevo por lo absurdo. Aquel día habían ocurrido muchas defunciones.
Esos sí que trabajan, y hay taller que hace al día cuatrocientas docenas de cubiertos, y tiene como más de mil trabajadores: y muchos son mujeres, que hacen mejor que el hombre todas las cosa de finura y elegancia. Nosotros, los hombres, somos como el león del mundo, y como el caballo de pelear, que no está contento ni se pone hermoso sino cuando huele batalla, y oye ruido de sables y cañones.
¿Cuatro? exclamó con orgullo D. Pedro . Cuatrocientas están ya filiadas en la <i>Cruzada del obispado de Cádiz</i>, y aunque todavía no hay uniformes para todos, ya cuento con cincuenta o sesenta, gracias al celo de respetables damas, alguna de las cuales me oye.
En su parte más baja, a dos pasos de la calle Drouot, ábrese la puerta falsa del teatro, la entrada nocturna de los artistas. Cada dos días, a eso de la media noche, una oleada de trescientas o cuatrocientas personas pasa tumultuosa ante los ojos vivarachos del digno papá Monge, conserje de este paraíso.
Nada en el mundo me hubiera hecho prolongar mi viaje un solo día más. Magdalena me creía aún a cuatrocientas o quinientas leguas de ella cuando una noche entré en un salón en que estaba seguro de que la encontraría. Al verme hizo un movimiento que implicaba una imprudencia. Muy pocos habían tenido noticia de mi ausencia.
Palabra del Dia
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