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Esta hija de la culpa del padre y la vergüenza de la madre ha venido, enviada por Dios, á influir de varios modos en el corazón de la que ahora con tanta vehemencia y con tal amargura reclama el derecho de conservarla á su lado. Fué creada para una bendición, para la única felicidad de su vida.

Con todo, no vale la pena una aristocracia inofensiva ó puramente titular de hacer tanto ruido y de empeñarse en conservarla legalmente. Mejor sería que su valor se estableciese por la opinion fundada en la libertad. Como quiera que sea, la aristocracia española es realmente un pergamino viviente.

Económicamente, pues, nada nos vale nuestro dominio en Cuba. ¿Es cuestión de honra conservarla? Frase es ésta llena de pompa y de peligro, que sería mejor no emplear. Claro está que nos convendría y nos agradaría que el Dios Término de España no hubiera retrocedido y no retrocediese nunca.

No prevaleció la opinión, sosteniendo, con Orsini, Juan Andrea Doria la suya, de que no teniendo el Rey Católico otra escuadra, era necesario ante todo conservarla para que junta con las galeras de España tuviera en respeto al gran turco.

Es imposible, fundar la moralidad de este acto, en la moralidad de otro acto. Dios otorgándonos la vida, ha querido que procurásemos conservarla; pero el hombre es libre, y á veces se suicida. El que conserva su vida cumple con un deber; el que se mata, le infringe.

Quedaba vacante y sin uso la capilla mayor antigua, y pareciendo que convenia conservarla, se determinó á 27 de noviembre que en dicha capilla se pusiesen otros dos altares para que en ellos dijesen Misa los prebendados, dando la Fábrica los ornamentos necesarios. Verificóse esto siendo obispo de Córdoba D. Fr.

Nadie la desprecia sin que le llamen loco, a ninguno que la logra se le considera necio; de unos se deja conseguir por la astucia, a otros se somete por capricho, los más se arrojan a conquistarla, los menos procuran merecerla: es tal su perversión que gusta de que la tomen por fuerza, y es tan grato su imperio y son tan dulces sus halagos que luego de poseída no hay debilidad en que el animoso no incurra por conservarla, ni fortaleza que el apocado no intente por no perderla.

Todavía cuando V. subió a llevármela estaba muerta de miedo y por eso cerré tan pronto la puerta... ¡Dichosa muñeca! Me dio tal rabia que la tiré contra el suelo y la partí un brazo. Pues no debe V. tratarla mal; al contrario, debe V. conservarla como un recuerdo. ¿Sabe V. que tiene razón? Si no hubiera sido por la muñeca no nos hubiéramos conocido... ni sería V. mi novio;... porque tengo otro...

Somos, pues, muy ricas, señor Odiot, y por poco caso que haga yo de esta fortuna, mi deber es conservarla para mi hija, aunque la pobre niña no se cuide de ella más que yo. ¿No es así, Margarita?

Por esto no hay obligación de conservarla como nuestra patrona. Este honor corresponde, sin disputa, al apóstol San Pablo, que permitió a la gente de su tiempo y a la de los tiempos de después, no casar a sus hijas. Aunque se enfade mi pobre señora, que no es de esta opinión. »El día de Santa Catalina está próximo, señor cura.