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Actualizado: 30 de septiembre de 2025
Cuando Hop-Sing me devolvió, con un saludo, mi pañuelo, le pregunté si el prestidigitador era padre del tierno infante. ¡Quién sabe! dijo el impasible Hop-Sing, recurriendo a esa fórmula española de ambigüedad tan común en California. ¿Pero tiene una criatura nueva para cada función? repuse. ¡Acaso! ¿Quién sabe? ¿Pero qué será de éste?
Los viajeros flamantes se irritan y blasfeman; los veteranos nos limitamos a citarles el caso de aquel barco de vela salido de San Francisco de California con patente limpia y llegado a Lisboa, habiendo doblado el Cabo Hornos y después de nueve meses de navegación, sin hacer una sola escala y que fue puesto gravemente en cuarentena, a causa de haber arribado en mala estación.
Los pájaros, siempre curiosos, sólo pudieron saber que la maestra era huérfana; que salió de la casa de su tío para ir a California en busca de salud e independencia; que Sandy era huérfano también; que llegó a California en busca de aventuras, que había llevado una vida de agitación desordenada, y que trataba de reformarse, y otros detalles que desde el punto de vista de aquellos alados seres sin duda debían de parecerles estúpidos y de poca miga.
Naturalmente que en el valor y fuerza de su marido habría encontrado siempre una protección contra las agresiones y los ultrajes de todo género. ¡Eso había que decirlo bien claro! Cuando Ingomar estaba con ella, no temía nada; pero era muy nerviosa, y un día le dieron un susto regular. ¿Cómo? Era en los primeros tiempos de su estancia en California.
Ignorábase aún que en la caverna de una muela se puede esconder una California de oro, y que con el marfil se fabricarían mandíbulas que nada tendrían que envidiar a las que Dios nos regalara. ¿Saben ustedes a quién debía la limeña la blancura de sus dientes? Al raicero.
Palabra del Dia
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