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Actualizado: 26 de noviembre de 2025
Había llegado pocos años hacía de Cuba, donde cargando primero cajas de azúcar y luego vendiéndolas se enriqueció. Vino hecho un beduino, sin noticia alguna de lo que pasaba en el mundo, sin saber saludar, ni proferir correctamente una docena de palabras, ni andar siquiera como los demás hombres. Los treinta años que permaneció detrás de un mostrador le habían entumecido las piernas.
Tampoco podia acudirse á las cajas reales, porque lo resistian sus oficiales, alegando no serles facultativo extraer cantidad alguna, sin órden espresa de la superioridad; y por último recurso, se pensó en que los vecinos contribuyesen con algun donativo, que tampoco tuvo efecto, por la suma pobreza en que se hallaban.
Así es que como un viaje al primer piso la fatigaba bastante, accedió al pedido de la señorita Nancy de que le permitiera dirigirse sola hacia el cuarto azul, donde habían sido colocadas las cajas de las señoritas Lammeter cuando llegaron por la mañana. Hubiera sido difícil encontrar un dormitorio en la casa, en el que las mujeres no estuvieran ocupadas en cumplimentarse y en prepararse.
Nada faltaba: era la imagen completa de la nación; todo parecía haberse concentrado en esta cara monumental de la gran villa. Abajo, en la Virgen del Puerto, sonaba el redoble de unos tambores; y Maltrana veía entre los árboles cómo marchaban al compás de las cajas los soldados nuevos, cual filas de hormigas, aprendiendo a marcar el paso.
Abrió un vargueño, en cuyos cajoncillos guardaba papeles y alhajas de gran valor que habían ido á sus manos en garantía de préstamos usurarios: algunas no eran todavía suyas; otras, sí. Un rato estuvo abriendo estuches, y á la tía Roma, que jamás había visto cosa semejante, se le encandilaban los ojos de pez con los resplandores que de las cajas salían.
En el comedor de los Extranjeros del Club Automóvil, los convidados estaban acabando de comer. Eran las diez de la noche y los jefes de comedor servían el café. Los mozos se habían retirado y en el salón contiguo estaban preparadas las cajas de cigarros para los fumadores.
¿Le enojaré, señor Belarmino dijo al despedirse si vengo por las tardes, de vez en cuando, a conversar un rato con usted? Tendré un gran espasmódico respondió Belarmino, impasible. Escobar no sabía qué decidir. Aquel gran espasmódico que Belarmino iba a tener, caso que Escobar viniese de visita, ¿en qué consistiría? ¿Le recibiría bien, o le despediría con cajas destempladas? Volvió a probar.
Vinieron, y advirtiendo ellos que estaban las cajas dentro la tienda, y que no las podía tomar con la mano, tuviéronlo por imposible; y más por estar el confitero por lo que le sucedió al otro de las pasas alerta.
Pero, ¿dónde está el enjuague? replicaba don Pablo. Esteven dirá al prestamista: ¿Y a mí qué me cuenta usted? y le despedirá con cajas destempladas. Porque si el prestamista se ha contentado con la palabra del chico, ya está aviado.
Había en las aceras montones de paja, rimeros de recortes de papel de embalaje, cajones y cajas con grandes rótulos que decían: «muy frágil.» Era la tristeza, el desorden, el creciente vacío de una casa mudada. Pilar encontraba tan feo a Vichy de aquel modo, que ideaba paseos inusitados, que la apartasen de las calles principales.
Palabra del Dia
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