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Actualizado: 25 de julio de 2025


Una mañana, por último, doña Luz escribió a doña Manolita el siguiente billete: «Querida amiga mía: No puedo callar más tiempo. Mi infortunio me ahoga, me mata, y quiero vivir. Soy muy desgraciada y hay una esperanza que me sonríe. Necesito conservar la vida. Temo que este oculto dolor me asesine. Es menester que te le confiese; que me desahogue contigo; que tu compasión y tu amistad me salven.

Los que aun abrigan preocupaciones contra los extranjeros, pueden responder a esta pregunta: Cuando un forajido, un furioso, o un loco frenético llegase a apoderarse del Gobierno de un pueblo, ¿deben todos los demás Gobiernos tolerar y dejar que destruya a su salvo, que asesine sin piedad y que traiga alborotadas diez años a todas las naciones vecinas?

No pienses que la amistad y la admiración que me infundiste con tus embustes, se ha trocado en amor lascivo. Se ha trocado en asco. Si continúas aquí corres peligro de que te asesine. Sólo muriendo a mis manos y no gozándome conseguirás ya arrojarme en el infierno.

Vérod le contemplaba como fascinado, incapaz de contestarle una sola palabra, de ver claro en el tumulto de sentimientos que se desencadenaban en su alma. Tengo que decir a usted una cosa. Quería decirla al juez Ferpierre; pero he pensado que mejor era dirigirme primero a usted... Y después de una pausa, añadió: Óigame usted, Vérod: Florencia d'Arda no se mató. Yo la asesiné.

Le pediré a don Lucas que me recomiende al jefe político... Seré sub-comisario y ganaré cincuenta pesos mensuales más. Con esto ya podré casarme, si Rogelia me acepta... ¡Y me aceptará! ¿Por qué no? ¡Me aceptará!... Si me muero aquí, tal vez se case con el borrachón de Manolo... ¡Pero no me moriré! ¿Cómo dejará la Pepa que se me asesine?...»

Palabra del Dia

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