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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Ingrato el esplendor a tus memorias ardió en las teas que encendió el deseo, y entre infaustos gemidos sin aseo, al tálamo condujo temerosa pronuba Juno a tu querida esposa, que en dulce nudo apenas se vió a tu firme voluntad unida, cuando, de acerbo golpe interrumpida, sulcó estigias arenas: Eurídice feliz fuera, si el llanto no impidiera la fuerza de tu canto.» Y don Pedro Calderón, en la jorn.
Más de media hora ardió con toda su fuerza el informe montón de leños ennegrecidos, que al carbonizarse se cubrían de rojas escamas. Algunos maderos estaban erizados de innumerables y pequeñas llamas, como si fuesen cañerías de gas. La muchedumbre se alejaba, con la esperanza de ver algo en las otras fallas.
Bastaría con que uno encendiese; pero se hubiesen juzgado desairados si no se mostrase claramente que eran poseedores de todos los medios conducentes a producir el fuego. Chocaron los eslabones contra los pedernales, saltaron las chispas, ardió la yesca y más tarde los cigarros, todo en medio de un silencio solemne como el caso requería.
La casa, hasta entónces triste, de Jucef ardió en saraos, en zambras y en regocijos, y entre el giro acompasado de indolentes bayaderas, resonó sentido y largo, como el suspiro del viento de la palma en el penacho, al compás de guzlas de oro, el melancólico canto del desierto, que suspira el beduino cansado, que sigue á la caravana en sus amores soñando.
Palabra del Dia
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