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De los demás personajes de mi auditorio, nada diré todavía. «¡Bravo, soberbio! exclamó Cantarranas aplaudiendo con fuerza y entusiasmándose, de tal modo, que se le saltó el mal pegado botón de la camisa, y las puntas del cuello postizo quedaron en el aire.» ¿Le gusta á usted mi pensamiento? preguntó la poetisa. Esto es el canevas tan sólo; después viene el estilo y....

Aplíquese el cuento y conste que si la guerra civil cubana, cuya terminación fervorosamente deseamos, hubiese de terminar aplaudiendo nosotros muchos versos de por allí, un involuntario é indomable espíritu crítico nos forzaría á exclamar: que nos vuelvan al calabozo; que siga la guerra; signa canant, suenen las trompetas, como dijo Augusto á Fulvia cuando le amenazó con la guerra civil, si amorosamente no se le rendía.

Por supuesto que nos rompimos las manos aplaudiendo. A todo esto habían llegado ya varios pollastres, los cuales andaban entreverados con las damas, sentados todos sin ceremonia, volviéndose unos a otros la espalda cuando así les convenía para hablar más a gusto a su pareja.

Aún le clavaron un tercer par, y su cuello quedó carbonizado, esparciendo en el redondel un hedor nauseabundo de grasa derretida, cuero quemado y pelos consumidos por el fuego. El público siguió aplaudiendo con vengativo frenesí, como si el manso animal fuese un adversario de sus creencias e hicieran obra santa con este abrasamiento.