DOÑA MATILDE. Oh, no, por lo que es eso, puede estar usted bien satisfecho ... ni siquiera me he vuelto a acordar de que hay hombres en este mundo, desde ayer que creí necesario el desengañar a usted. DON EDUARDO. Siempre es ése un consuelo ... aunque por otra parte, si usted podía ser dichosa con otro hombre ¿por qué no me había de alegrar? ¡Ah!
Y á todo lo que agora me puedo acordar, me parece que estaba conmigo entonces el padre fray Bartolomé de Carranza, y que me preguntó por qué quemaba aquello, y se lo dije.