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Dice que sin ella y con la barba blanca que antes traía aparento tantos años que le da vergüenza ir conmigo por la calle...¡Como si a pesar de estos adimentos ridículos no se conociese que paso de los ochenta!... Yo bien comprendo que a ella le avergüenza estar casada con un ochentón, y usted mismo se habrá dicho al vernos: «¡Vaya un matrimonio estrafalario!... ¿Cómo se le habrá ocurrido a este viejo decrépito casarse con una joven tan linda?...» Nada; no me diga usted nada; quien dice usted, dice todos los demás que nos conocen.

Su madre, la hija menor de las que había tenido el gigante, era viuda de un jándalo rico, que se murió a los dos años de casado. Esto me lo contó a cañonazos y muy poco a poco el ochentón de la Castañalera, que con ser tan grande y tan feo, no era desagradable: a mi ver, por el fondo noblote y honrado que se descubría a través de los poros de su corteza silvestre.

¡Oiga usted, mal clérigo! exclamó Quintanar, que estaba de muy buen humor y empezaba a sentirse rejuvenecido ; yo bien lo que me digo, y ni ni ningún calaverilla ochentón como me da a lecciones de moralidad. Pero yo soy liberal.... Pamplinas. Más liberal hoy que ayer, mañana más que hoy....

Aquella muerte me pareció un verdadero sarcasmo del Destino, si no una lección tremenda de la Providencia. No pude menos de recordar el mal disimulado deseo que aquella mujer sentía de quedarse viuda y libre. ¡Quién le dijera, pocos días antes, que debía ponerse bien con Dios, porque aquel ochentón que tanto le estorbaba la iba a sobrevivir!