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El valle en que estaban asentados el pueblo y la estación de Navaliego, intermedia entre la villa marítima y la carbonífera, y adonde había llegado nuestro joven desde la capital con sólo hora y media de diligencia, era amplio y dilatado: la vista se derramaba por él sin topar obstáculo en algunas leguas: el terreno solamente hacía leves ondulaciones.

En el país donde nos hallamos, el más quebrado y montuoso de la Península, el valle de Navaliego constituye una feliz o desdichada excepción, según el gusto de quien lo mire. Es más árido que el resto de la provincia; hay poco arbolado.

Tornó a quedarse el joven solo. No tardó en abrirse nuevamente el valle, ofreciéndose a los ojos del viajero con amena perspectiva. Era más fértil y frondoso que el de Navaliego, pero menos extenso: un río de respetable caudal corría por el medio: las colinas, que por todas partes lo circundaban, de mediana elevación y cubiertas de árboles.

Los cincuenta guerreros de Fresnedo, Meloneras y Navaliego, al oir aquella señal, surgieron de improviso del bosque donde se hallaban ocultos y cayeron como buitres hambrientos lanzando gritos horrísonos sobre los mozos de Condado y Lorío. ¿Quién pudiera resistir el ímpetu de aquella juventud magnánima?

Luego envió emisarios á las Meloneras, á los Tornos y á Navaliego. Después bajó á oir misa á Tolivia. Á las tres de la tarde se reunían en las afueras de esta aldea hasta cincuenta mozos de los altos de Villoria, la flor de la juventud montañesa del valle de Laviana, y emprendieron la marcha hacia la romería del Otero. ¿Por qué tan tarde?