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Actualizado: 26 de junio de 2025
Di dos o tres aldabonazos, que retumbaron como truenos y fulguraron como relámpagos... ¡Santa Bárbara! me dije, persignándome a modo de vieja gruñona. Y como nadie saliera a recibirme y la puerta estaba abierta, me colé adentro de la casa de Tucker. El rojo fulgor de los relámpagos producidos por los aldabonazos, en medio de una profunda obscuridad, me guiaron hacia la escalera.
Al oírlo, mi mujer se descuajeringaba de risa, diciéndome: ¿Cómo crees, menguado, que Tucker pueda ser una frase hecha? Muchos hombres conozco que son una frase hecha, nada más que una frase hecha, murmuré. ¡Pero no! Tucker no podía ser un remordimiento... ¿Por qué? Yo no sabía por qué, ¡y sin embargo sabía que no era un remordimiento!
Su negra y raída levita estaba arrugada por la incómoda postura que tuviera en el féretro. Era Tucker. Reíase y aplaudía de todo corazón... Esperaba yo que Tucker, una vez sentado en el féretro, bostezara y se desperezase... ¡Pues nada de eso!... Una vez sentado en el féretro, me dio un abrazo y me besó paternalmente, diciendo: ¡Oh mi querido sobrino! ¡Oh mi querido hijo!
Lo malo es que la gente parecía flores y las flores parecían gente. Pero yo no paré mientes en este pequeño detalle insignificante. Gente o flores, flores o gente... ¿qué importaban al mundo? Vi la placa de cobre, la insignia mortal de todas mis penas y desdichas: TUCKER Aquí está enterrado nos dijimos en silencio mi mujer y yo.
Te equivocas si piensas que todavía no nos queda bastante hilo que enrollar en nuestros viajes alrededor de la madeja de la Tierra. Y es mejor que no pienses ahora, ¡oh mi ídolo! en ver a Tucker. Porque tiene lepra y te la contagiaría si lo vieras. Pero cuando que es tu tío y tutor no tiene lepra objeté a Nanela. No lo niego. Sólo tiene lepra cuando es un extraño para mí.
Esto me daba, naturalmente, mucha risa. ¡Vivir sin respirar, como los muertos! ¡Qué cosa más ridícula!... Y todo el día me estuve repitiendo: ¡El infame de Tucker tiene la culpa! todo el día, hasta que anocheció. Cuando anocheció, esta idea llegó a hacerse más dolorosa que nunca. Comprendí que debía ver a Tucker para enrostrarle su infamia... Por eso me vestí y salí a la calle.
Al decirla, por el solo hecho de decirla, mataría su alma inmortal... ¿Y qué mayor suplicio que el suplicio del No-Ser? ¡El suplicio del No-Ser! Esto me sugirió una idea estrambótica, que inmediatamente comuniqué a Nanela. ¡Esposa mía! le dije. ¿No podría ser Tucker el Fantasma del Remordimiento?
Palabra del Dia
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