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Actualizado: 7 de julio de 2025


Pero Barbarita, con aquella seguridad del talento superior que en un punto inicia y ejecuta las resoluciones salvadoras, se encaró con Juanito, y de buenas a primeras le dijo: «Mañana mismo nos vamos a Plencia». Y al decirlo se fijó en la cara que puso. Lo primero que expresó el Delfín fue alegría. Después se quedó pensativo. «Pero deme usted dos o tres días. Tengo que arreglar varios asuntos...».

No negaré, en cambio, que doña Blanca había pecado, y que la ferocidad de su penitencia era peor que el pecado mismo; que Pepita Jiménez fué demasiado coqueta y más apasionada de lo razonable, y que una vez enamorada no sabía contenerse, y se disparaba como una pistola al pelo; que María, la inmortal amiga, se abandonó a su pasión como si no hubiese tenido libre albedrío, como si hubiese sido impulsada por una fuerza irresistible; que Constancita era interesada, calculadora y caprichosa, y que Rosita no reconocía más ley divina o humana que la de su antojo; pero en todas estas mujeres nadie sostendrá lo contrario se advierten, en medio de sus mayores extravíos, tal anhelo de infinito amor, tan dulce ternura y tan fervoroso ahinco de hacer el papel de salvadoras y redentoras, de proporcionar la bienaventuranza o un asomo de bienaventuranza para el hombre querido, aun a costa de la propia condenación, que las perdonamos sin esfuerzo y nos parecen simpáticas.

Cuando hubo pasado la última figura de esta bizarra procesión, volví con el pensamiento a las montunas realidades de Tablanca... y me llevé las manos a la cabeza, como quien se percata de que ha estado colmándola de disparates para obtener ideas salvadoras.

En el trazado de esta línea tenían alguna parte las tijeras de los sastres. No había término medio, y fue lástima grande que tantas ideas generosas y salvadoras no pudieran por fatal destino, emanciparse de la grosería, del mal vestir y peor hablar. Por esto el advenimiento de la clase media fue laborioso y pesado.

Como todos los grandes caudillos de que nos habla la historia, don Rosendo no perdía jamás el aplomo. En los momentos críticos, como el presente, era cuando a él le asaltaban las grandes ideas, las resoluciones salvadoras. Se fué al telégrafo y puso un parte al director de la orquesta de Lancia pidiéndole que viniese con ella a Sarrió y que señalase precio.

Palabra del Dia

godella

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