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Nuestros temores eran por desgracia bien fundados. Pupen robó, y Beten, no teniendo qué vender, vendió su cuerpo. La cueva de las calaveras. Una vez que descansamos de las fatigas propias de jornadas teatrales tan largas como las anteriormente descritas, nos propusimos visitar las grutas de las calaveras de la isla de Cagraray, situada frente por frente á Legaspi.

En buen apuro me vi, camaraíta dijo Villalonga conteniendo la risa . ¿Se enteraría? Pues verás; otro detalle. Llevaba unos pendientes de turquesas, que eran la gracia divina sobre aquel cutis moreno pálido. ¡Ay, qué orejitas de Dios y qué turquesas! Te las hubieras comido. Cuando les vimos levantarse, nos propusimos seguir a la pareja para averiguar dónde vivía.

No se nos oculta que algunos, y acaso muchos, de nuestros juicios han de parecer excesivamente severos; pero tal consideración no puede inducirnos á modificarlos, pues si tal hiciéramos dejaríamos de ser sinceros. Al ofrecer al público este modesto libro, nos propusimos, ante todo, decir la verdad; y creemos haber cumplido fielmente nuestros honrados propósitos.

Habíamos acabado esta operación, cuando se presentaron media docena de moros, sarnosos, desharrapados, armados con fusiles antiguos. Habían pensado, sin duda, sorprendernos; pero al vernos en mayor número y también armados, se manifestaron como amigos. Les propusimos cambiarles un rifle por dos corderos y ellos aceptaron.

No viene al caso referir nuestra vida en aquella finca durante la semana que en ella pasamos; sólo diré que durante seis noches, y aproximadamente a la misma hora, se repitió el incidente de la primera, cosa que nos intrigó de tal modo, que nos propusimos descubrir al nocturno asmático.

Cuando nosotros la levantamos, aconsejados por él, y la concluimos, al verla tan nueva y tan linda, le propusimos que se fuera a vivir en ella, porque le debemos muchos beneficios, y que nos dejara el curato para la escuela, pero se enfadó con nosotros y nos preguntó si él valía acaso más que los niños del pueblo, y si necesitaba ocupar tantas piezas él solo.

Cuando nos propusimos probar antes, citando algunos testimonios fidedignos de los muchos que existen, que las representaciones dramáticas no habían cesado del todo en los diez primeros siglos de nuestra era, se podía sospechar fácilmente que no escasearían tampoco en los siglos siguientes tales pruebas, y mucho más numerosas y dignas de crédito.