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Actualizado: 25 de julio de 2025
Después de rodear su cabeza con las blondas, colgose de las orejitas los más hermosos pendientes que creo han salido de manos de artífice platero.
En buen apuro me vi, camaraíta dijo Villalonga conteniendo la risa . ¿Se enteraría? Pues verás; otro detalle. Llevaba unos pendientes de turquesas, que eran la gracia divina sobre aquel cutis moreno pálido. ¡Ay, qué orejitas de Dios y qué turquesas! Te las hubieras comido. Cuando les vimos levantarse, nos propusimos seguir a la pareja para averiguar dónde vivía.
«¿Tus pendientes?... Espera, te vas a hacer daño. Yo te los destornillaré». Y con suma delicadeza realizó la operación, gozoso de que sus dedos jugaran, siquiera por un momento, con los pulpejos de las orejitas de su ahijada. «Ya están aquí. Pongámoslos en el estuche. Estos te los regaló cuando vino al mundo Riquín. Por estos te darán... darán...».
Acudí con todo el poder de mi memoria y de mi discurso al recuerdo de lo pactado con mi tío y a lo resuelto desde Madrid; requerí de nuevo el alto cuello de mi abrigo, porque la tarde avanzaba y el cierzo iba haciéndose por momentos más frío y más gemebundo, y arrimé dos espolazos a la bestia, precisamente en el instante en que ella daba una huida hacia la derecha, enderezando las orejitas y mirando recelosa hacia la izquierda: lo mismo exactamente que hacía el caballejo de Chisco; el cual espolique, notándolo y mirando en la misma dirección que los caballos, me decía con cierto matiz de alarma en el acento: ¡Pique, pique, y tierra atrás!
Palabra del Dia
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