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Su carácter no participó, sin embargo, de tal prosperidad. Notose que a medida que se enriquecía tornábase pálido, flaco y malhumorado, y su recelo e inquietud crecían cuanto más aumentó la popularidad de su mujer.

El papel de Nabotte, que creó en «La belle au bois dormant», popularizó el nombre de Déjazet, quien, después de una larga excursión por provincias, regresó á París y entró en el teatro del Gimnasio, donde afirmó su popularidad con los estrenos de «Carolina» y «La hermanita». Por rivalidades con la Vertpré, entonces omnipotente, trasladóse al teatro de Novedades, y más tarde al glorioso teatro del Palais-Royal, sobre cuyo escenario había de merecer aquel prestigio de travesura y de gracia genuinamente francesa, que había de consagrar su apellido y hacerle inmortal.

Entre los contemporáneos debo citar al célebre poeta Zorrilla, que ha tenido tanta popularidad entre los amigos del romanticismo de formas y lenguaje. Es bien sabido que en esa ciudad sucumbió en la miseria y perseguido, en 1506, el inmortal Colon, á quien debió España sus mejores glorias.

De todos modos, corregido ya el maestro Raimundico, morigerado por la ancianidad, reverdeciendo en su corazón el amor paternal sobre los restos de otros ya muertos y menos santos amores, y tal vez proyectando que el muchacho, que había cumplido veinticinco años, ganase popularidad y simpatías en el distrito, para que fuese elegido diputado, le mandó llamar con términos harto imperativos y hasta dejando de enviarle dinero, que era el medio más eficaz de que podía valerse.

Los empleados, que le conocían vagamente como pariente del principal, volvieron á enfrascarse en su trabajo, mientras Sanabre, todavía atolondrado por la inesperada visita, le ofrecía una silla junto á la ventana. El doctor explicaba su presencia allí. Había bajado de Gallarta, llamado por la mujer de un antiguo contratista que ahora vivía en el Desierto. Inconvenientes de la popularidad.

Sin embargo, la popularidad de Melisa se hundió por una circunstancia inesperada.

Fuera de los méritos de este P. Urraburu, del que confieso ingenuamente que ni había oído hablar, poco ó nada hay que el autor anónimo celebre y estime en algo, en el movimiento intelectual de los jesuítas. Y la verdad es que ninguno de sus escritos ha alcanzado en España la popularidad y el aplauso que las obras de otros escritores pertenecientes al clero.