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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Era una ocupación de señor. Al ver llegar á su mujer con los ojos asombrados y el pobre pecho jadeante, Pimentó cambió de postura para escuchar mejor, recomendándola que no se aproximase á las varitas. Vamos á ver, ¿qué era aquello? ¿Le habían robado la vaca?... Pepeta, con la emoción y el cansancio, apenas pudo decir dos palabras seguidas.
De todo tenía la culpa el amo de la tierra, aquel don Salvador, que de seguro ardía en los infiernos. ¡Ah, ladrón!... ¡Y cómo había perdido á toda una familia! Pepeta olvidó su actitud fría y reservada para unirse á la indignación de la muchacha. Verdad, todo verdad; aquel tío avaro tenía la culpa.
Pero los ruegos de su hija y la voluntad de Pepeta pudieron más, y escoltada por muchas mujeres, salió de la barraca con el delantal en la cara, gimiendo, tambaleándose, sin prestar atención á las que tiraban de ella disputándose el llevarla cada una á su casa. Comenzó Pepeta el arreglo de la fúnebre pompa.
Pepeta, apoyada en el lomo de su vaca, les veía avanzar, poseída cada vez de mayor curiosidad. ¿Adonde iría esta pobre gente? El camino aquel, afluyente al de Alboraya, no iba á ninguna parte. Se extinguía á lo lejos, como agotado por las bifurcaciones innumerables de sendas y caminitos que daban entrada á las barracas. Pero su curiosidad tuvo un final inesperado. ¡Virgen Santísima!
La aparición de una mujercilla débil y pálida pareció animar con una ráfaga de penosos recuerdos á toda la familia. Era Pepeta, la mujer de Pimentó. ¡Hasta esta venía!... Hubo en Batiste y su mujer un intento de rebelión; pero su voluntad no tenía fuerzas... ¿Para qué? Bien venida, y si entraba para gozarse en su desgracia, podía reir cuanto quisiera.
Palabra del Dia
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