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Actualizado: 28 de julio de 2025
A los cinco minutos de imaginarlo entraba Pateta en el comedor, donde, terminado el almuerzo, conversaba la familia tranquilamente antes de que Pepe marchase a su trabajo; doña Manuela y Leocadia estaban doblando el mantel, don José haciendo pitillos y Tirso hojeando un libro.
En la imprenta de Millán había un chico, mezcla de aprendiz y ordenanza, a quien apodaban Pateta.
Pateta y el castellano viejo temblaban, presintiendo que iban a presenciar algo espantoso.
Pateta se acercó con medrosa curiosidad; pero al fijar en él los ojos, lanzó un grito de espanto y tendió en torno la mirada, horrorizado ante la idea de que se aproximara Pepe. El muerto era Tirso.
Está con cuidado, porque mañana, si puedo, iré a ver si tiene tu padre algo que mandarme. Tuyo siempre, La carta que, en contestación a ésta, halló Pateta al día siguiente bajo las baldosas inseguras del horno de la estufa, decía: «Querido Pepe mío: Por Dios te pido que no me atormentes así. Te lo he dicho mil y mil veces.
Nada: que seguiremos lo mismo, ella en su máquina, yo en mis anuncios, porque eso de la herencia no sabemos qué pateta será... Amigo Ponte, ¿conoce usted esa finca de la Almoraima? ¿Cuánto nos dará de renta?
Palabra del Dia
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