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Actualizado: 7 de junio de 2025
Sin embargo, por no hacer una ofensa, sin previa explicación, al duque de Orleans, le escribió el mismo día en que habían ya los periódicos publicado esta carta de intimidación que no podía ser conocida más que por una indiscreción palaciega, diciéndole que la supresión del párrafo por los periódicos adictos a su corte, no podía atribuirse más que a una ligereza de su carácter, y se veía él obligado a dejarlo en suspenso; decíale también al príncipe que, apreciando debidamente esta necesidad de honor, confiaba no lo atribuiría a la intención de ofenderle.
Dios está en todas partes respondió la abuela, y ofenderle aquí o allá siempre es ofenderle. Después, cambiando de conversación, la abuela, muy alegre, me anunció que corría a casa del notario para darle la buena noticia y pedirle algunos informes complementarios.
¡Que nadie toque á ese hombre! decía . Ninguna mano humana debe ofenderle. Supondría, en caso de agresión, que yo ó el gobierno habíamos dado la orden. ¡Lo declaro sagrado!... Y escuchándole, pensaba que, si mi protector quería declararme «sagrado» con la misma voz y poniendo los mismos ojos, consideraría oportuno tomar el primer tren que saliese para la frontera de los Estados Unidos.
Creyó que ésta fuese inspirada por la modestia; y debió llegar hasta ofenderle, con su moderno espíritu comercialista, encareciendo las ventajas de la alianza, como si el joven duque fuese una mercancía que se ofreciera... Esto acabó por indignarle en su íntimo y concentrado orgullo, y tan hondamente que, para terminar el enojoso asunto, dio Pablo una réplica digna de los antiguos tiempos de la grandeza española: Diga usted a su majestad la reina que, siendo yo el primer grande de España, no quiero ser el último infante.
Si Clara se va al claustro, no ya por puro amor de Dios, sino por temor de ofenderle, por considerarse sobrado frágil para resistir las tempestades del mundo y por miedo de sí misma y del infierno, Clara, á mi ver, no desatina: Clara procede con recto juicio y consumada prudencia. Los motivos de su vocación para la vida religiosa, si no son los más elevados, son buenos.
Para ir a Palermo, se necesita coche de lujo y para hacer la corte a una muchacha high-life concurrir a teatros y a bailes; Quilito era pobre, pero él iba en coche de lujo y se mostraba en palco todas las noches. ¿Cómo hacía semejante milagro? Digamos la verdad: a costa de sus amigos ricos; era un gorrón y nada más, dicho sea sin ofenderle.
Palabra del Dia
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