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Actualizado: 16 de junio de 2025


Antonelli había vencido a Bismarck; el ángel, con alas de águila, había cogido bajo el pie al demonio, con alas de murciélago.

Se acercó al lecho un fraile obeso, vestido de colores llamativos, impasible como una foca, gordo como un cerdo: el rostro achatado por el estigma de la gula y de los apetitos carnales, la boca gruesa como la de un sátiro, el ojo estúpido, la oreja de murciélago, los pómulos colorados como los de un clown.

Y surgió, también revoloteando en amplia elipsis, hasta perderse en la sombra, otro murciélago... Era el espíritu de Calvino. El fraile dijo: «Exi, Luthere!» Y un tercero y último murciélago surgió, revoloteando en amplia elipsis, hasta perderse en la sombra... Era el espíritu de Lutero. Entonces la reina se arrodilló otra vez, volviendo en .

Le molestaba mucho el pringue, y en el pilón de una de las fuentes se lavó un poco los dedos. Los pilletes se dispersaron. Quedó solo don Fermín con un murciélago que volaba yendo y viniendo sobre su cabeza, casi tocándole con las alas diabólicas. También el murciélago llegó a molestarle, apenas pasaba volvíase, cada vez era más reducida la órbita de su vuelo.

Un periodiquín de caricaturas había dado en la manía de pintarle de murciélago, con las uñas tan largas, que lo menos medían un metro, qué gracia, ¡eh! y como el tal periodiquín lo exponían en todos los escaparates, andaba tropezando en la calle con el maldito avechucho. ¿Y qué me dice usted, de esta otra manía de echarle a uno la culpa de todo lo que pasa?

Todos los objetos adquieren formas fantásticas: cualquier orificio practicado en la roca se nos antoja un abismo; la convexidad insignificante que aparece en la regularidad de la bóveda adquiere las proporciones de un monte derribado; las concreciones calcáreas entrevistas aquí y allá toman el aspecto de monstruos enormes; un murciélago que vuela, cualquier cosa que se desprende, nos produce un extremecimiento de horror.

Berbel la Grande se guardaba mucho de beber de la fuente fría. Era aquella mujer enjuta, tuerta y escurrida como un murciélago; tenía la nariz roma, las orejas caídas y los ojos chispeantes.

Palabra del Dia

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