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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Hubo entonces un momento terrible: una despedida desgarradora. El cadete, teniente ya, se fué á la guerra de Italia. Desde allí venían las cartas muy de tarde en tarde. Al cabo cesaron del todo. La chacha Victoria se llenó de presentimientos melancólicos.
Así conoció a Leticia Espinosa y a Sagrario Miralta, vástagos ambas de la más encumbrada aristocracia española, las cuales habían entrado en el colegio un año antes que ella. Leticia, contra lo que su nombre declaraba, era una morena triste, o, mejor dicho, serena y algo fría, como esos días de otoño, de poco sol, de que tanto gustan los espíritus contemplativos y melancólicos.
El piso bajo, ventilado solamente dos veces al mes por el jardinero, que al mismo tiempo era conserje, olía á humedad. Pero las ventanas daban á una gran pradera á la que servían de marco hermosas arboledas, y á lo lejos, más allá de la llanura, los bosques comunales de Saint-Victor extendían sus ramas sombrías en las que cantaban los melancólicos cucos.
Palabra del Dia
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