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Actualizado: 24 de junio de 2025
Los favores que don Juan hizo antaño a su cocinera Mónica, le fueron grandemente pagados sin que él lo sospechara Cartas impregnadas de ternura, junto a las cuales resultarían pálidas aquellas que se escribieron en el Paracleto; recados apremiantes enviados por conducto de Julia; súplicas, amenazas, todo fue inútil. Cristeta, voluntariamente recluida en su casa, daba la callada por respuesta.
Por supuesto, la generosidad de don Juan halló eco en el corazón de Mónica, la cual prometió a su amo volver a servirle cuando tornase a la corte. La casa de don Juan está alhajada con cuantos primores pueden allegar el buen gusto y el dinero.
En las épocas en que don Juan tenía buen apetito, Mónica se lo satisfacía con escogidos platos, que jamás le proporcionaron indigestión ni hartazgo; cuando desganado, le excitaba el hambre comprándole y condimentándole moderadamente lo que mejor pudiese regalarle el paladar.
Comprendo que la sujeción del colegio se le hace insoportable, y esto me tiene disgustadísima. La independencia de carácter de mi hijo me espanta. Procuraré que escriba a su padre pidiéndole perdón por la falta que ha cometido. Todos los días leo las Confesiones, que procuro imitar en lo posible: trataré de hacer como Santa Mónica, rogando sin cesar por mis hijos. 14 de enero de 1803.
Pero de quien conserva don Juan recuerdo gratísimo es de Mónica, cocinera que guisó para él durante muchos años. No era una fregatriz vulgar, sino una sacerdotisa del fogón.
Palabra del Dia
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