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Momentos después de partir el break, la Pampita percibía claramente el repiqueteo del cascabel del cadenero y las voces de Hipólito: ¡Jiú!... ¡jiú!... ¡jiú!... Si Lorenzo y Ricardo habían salido hondamente entusiasmados con la visita a la «Pampita», ésta, había quedado más impresionada que en otros casos, ante la presencia de aquellos dos buenos mozos, gallardos y cultos.

El break entró en la chacra ascendiendo la pendiente del camino que daba acceso a la casa, en cuyo corredor estaba don Casiano que, al reconocerlo a la distancia, dijo a la Pampita: Son los Astules... tomá el mate, hijita y se dirigió al encuentro del carruaje, que ascendía penosamente el final empinado de la cuesta. ¡Jiú!... ¡jiú!... ¡jiú!...

¡Jiu!...¡ Jiú!... repetía Hipólito sin sacar el látigo de la latigera y el break continuaba su marcha, por entre aquel gran silencio interrumpido sólo por el vibrante arpegio de algún pájaro o el sonar del cascabel cada vez que escarceaba, el cadenero. Quieto, Baldomero dijo Melchor, deje que la abra este pueblero: a ver, Ricardo, una gauchada.

¡Jiú!... moduló Hipólito interjectivamente y los caballos partieron guiados al parecer por un cadenero mosquiador que llevaba, por lujo, un cascabel en la hociquera y ante cuyo empuje podía decirse también que «se iba ensanchando» Trenque Lauquen.

Ricardo dio vuelta la cabeza y se puso a mirar hacia adelante, mientras Hipólito preguntaba: ¿Vamos?... ¡Vamos!... ¡Jiú!... ¡jiú!... El sol al frente de los viajeros hizo exclamar a Ricardo: Empieza a hacerse sentir el calor. ¿Quieres cambiar de asiento? le dijo Melchor. Aquí, Hipólito, ataja algo; te di ese lugar para que fueras viendo con más comodidad. No, si es lo mismo.