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Entró Leonor en este instante, y en el punto de verla, fue como si los torrentes de llanto apretados por la agonía se saliesen al fin de sus ojos; no dijo palabras, sino inolvidables sollozos; y se lanzó al encuentro de su hija, y se abrazó con ella estrechísimamente.

En aquellos días, para nosotros inolvidables, en que registrábamos á nuestro sabor los numerosos legajos de este Archivo general de Protocolos, ocupación gratísima, de la cual nos hemos visto privados por la suprema voluntad del actual Notario Archivista Don Antonio Lemus y Malo de Molina, que lo estima como propiedad particular suya y no permite efectuar en él investigaciones de interés histórico: ¡cuantas curiosísimas escrituras pasaron ante nuestra vista, demostrativas del espíritu, de las tendencias, de las preocupaciones de los hombres de antaño!

Angelina desprendía de sus cabellos la deseada flor, y me la ofrecía por alto, como se ofrece a un niño el incitante fruto acabado de cortar. Yo me fingía enfadado: ¿Así, señorita? ¡Así, caballero! No; como sabes.... Linilla sonreía, besaba la flor, y me la daba. ¡Inolvidables besos! ¡Dulces besos recogidos en la corola de una rosa!

Residió algunas semanas, inolvidables para él, en la ciudad del Ilyso; visitó luego parte de la Grecia septentrional, y se detuvo algún tiempo, durante la primavera, en el valle encantador del Eurotas.

Así, por la virtud del vano cristal, aquel hidalgo, desde su reseca y polvorosa Castilla, creíase transportado a la ciudad de las lagunas, donde pasara, bajo el negro o verde antifaz, horas inolvidables. Entre don Íñigo y don Alonso Blázquez Serrano formose pronto esa amistad ceñida y lisonjera que suele enlazar a los descontentos.

El resultado fue que llegó a creerse elegido por Dios para continuar la tradición de las glorias inolvidables. Suprimió de su campo mental lo mediano, lo prolijo, lo paciente.

Miguel adivinó junto á ella la potencia demoniaca de las horas inolvidables, la que proporciona á los artistas el acorde maestro, la palabra luminosa, la pincelada suprema; la que sugiere la matanza final en las batallas ó la astucia decisiva en los negocios acompañados de quiebras y suicidios. Se había lanzado al gran juego.

Caracterizarse como suelen hacerlo José Santiago ó Simó Raso, que supo ofrecernos en «El rayo verde» y en «Los malhechores del bien» dos «cabezas» inolvidables, es muy difícil.