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Vamos, cuénteme usted, que yo ia absuelvo en seguida. A las niñas bonitas se les perdona todo. Diciendo esto, miró de nuevo á Clara; pero ya no se sonreía: estaba serio, y había en su voz cierta agitación que ella no pudo notar. Cuidado, no se caiga usted dijo, extendiendo su brazo por la cintura de la huérfana, como si ésta hubiera tropezado.

Pero no de qué mal astro tocados le han pervertido en estos años postreros de nuestra edad, obscureciéndole, i afeándole de manera que monstros son ia muchos de los partos de sus ingenios, que necessario es religiosamente expiarlos; y consultar para su interpretación los Oráculos, no de otra suerte que si fueran Libros Sibylinos.

El suelo exhalaba un hedor insufrible. Había empezado la descomposición de los cuerpos en las fosas inmediatas. La persistencia con que le acosaban sus guardianes y la sonrisa marrullera del sargento le hicieron adivinar el chantage. El sanitario de las barbas debía tener parte en todo esto. Soltó la pala, llevándose una mano al bolsillo con gesto de invitación. «Ia», dijo el sargento.

No, monín, no; duerme. ¡Quero Ía! No grites... mira que va a venir el hombre feo. ¡Quero Ía! ¡No grites, chiquillo!... Pronto vendrá María... Mañana te mando a dormir con las niñas. ¡Quero Ía!

Los Cómicos están más preservados hasta hoi de esta pestilente influencia, quiera el Hado propicio librarlos de su contagio, quando tienen ia en aquel grado la Comedia, á donde con no pequeña distancia de ninguna manera llegó la de los AntiguosFederico Zimmermann.

Les largaba dicharachos de los nuestros, con algún que otro pellizco para apreciar la dureza de sus blusas. ¡Cuestión de pasar el rato! Y ellas abrían los ojos y se sonrojaban diciendo: «Ia... Ia...». Le he de llevar a usted mañana, cuando no nos vean. Yo le presentaré: no tenga usted miedo. ¡Si soy lo más amigo!...