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Actualizado: 2 de junio de 2025


Apenas sirvieron la sopa, se dejó oír el himno de D. Gaspar. Comenzaba por una especie de recitado de notas lúgubres, prolongadas, ejecutado por un tenorete, ebanista de oficio. Decía, si no recordamos mal: «Peñascosa, triste ayer, Hoy venturosa, Sacude la apatía en que vivió, Y se lanza al progreso entusiasmaaaada Y se laaaanza al progreso con ardor

Amigo lector: Permítame usted que le el mismo consejo con que ya favorecí al amigo de quien he hablado antes. Si alguna vez necesita usted que le operen, llame usted a un medicucho cualquiera. Llame usted a un sastre. Llame usted a un barbero o a un ebanista; pero no llame usted a un gran cirujano... Cuando se decretó en Madrid la vacuna obligatoria, todo el mundo se indignó.

Llame usted a un barbero o a un ebanista, pero no llame usted a un gran cirujano. El gran cirujano le considerará a usted el apéndice así como un virtuoso del violín puede considerar la Sonata de Kreutzer, y de una manera muy artística, le matará a usted... Yo he visto trabajar una vez a un virtuoso de la cirugía.

Si le hubiese sido lícito representar comedias, quizás no hubiera hecho otra cosa en la vida, pero como le estaba prohibido por el decoro y otra porción de serias consideraciones, procuraba buscar otros caminos a la comezón de ser algo más que una rueda del poder judicial, complicada máquina; y era cazador, botánico, inventor, ebanista, filósofo, todo lo que querían hacer de él su amigo Frígilis y los vientos del azar y del capricho.

En Mayo de 1854, después de haber adquirido los fondos necesarios para erigir a los dos esqueletos un sitio mas decente y que correspondiera a su justa celebridad, fueron trasladados con gran regocijo de los teruelanos al salón que se les tenía hecho en el mismo claustro de la Iglesia parroquial de S. Pedro, y se les colocó en una magnífica urna de nogal con preciosos embutidos, construida por el ebanista D. Antonio Lacarrier, natural de París y concluida por su discípulo D. Policarpo Serrano, también ebanista y vecino de Teruel.

Luego añadió, con un acento de infantil ligereza que contrastaba con su máscara trágica y el brillo lunar de sus ojos: Mira, en vez de irte a América, de escribir versos y todas esas ambiciones de judío que te vienen de pronto por ganar dinero debías ser uno de éstos; albañil, por ejemplo: no, albañil no; podías caerte de un andamio, ¡pobrecito mío!... Carpintero; eso es; o ebanista... Ebanista mejor.

Prosiguió, pues, su vida de holganza, mayor aún desde que no tenía siquiera la obligación de mirar de vez en cuando los libros de jurisprudencia. Sólo la entretenía dedicándose a temporadas al cultivo de ciertos oficios manuales, y con la lectura de las obras románticas entonces muy en boga. Se hizo hábil ebanista, no tanto como su padre; luego le dio por la relojería.

Palabra del Dia

rigoleto

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