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Es mujer de buena cabeza. Calló un momento. ¡Pero de tan raras ideas! ¡Tan acostumbrada á imponer su voluntad!... La conocí en Biarritz hace algunos años. Aquí la he visto muchas veces en las salas de juego: saludos, conversaciones insignificantes. Cuando una mujer apunta, no admite galanterías que la distraigan.

Doña Blanca vive con la mente tan lejos de todo, y se resiste tanto á que le cuenten cosas del mundo exterior que distraigan su espíritu de la contemplación íntima en que vive, que de seguro ni ella ni su pobre marido sabrán que V. ha llegado.

Ese trayecto de desolacion es largo y abraza mas de treinta leguas, sin mas interrupciones que distraigan un momento al viajero que la vista del Peñon, pueblo miserable de la antigua provincia de Mompos, situado sobre una barranca desnuda á la márgen izquierda del rio; del Banco, pueblecito muy pobre tambien, pero de alguna importancia comercial por sus relaciones con algunas poblaciones interiores, situado á la derecha, cerca de la confluencia del profundo y bellísimo rio Cesar ó Cesari; y del canal de Loba que, disminuyendo en mas de la mitad las aguas del Magdalena, va á engrosar las del Cauca para volver luego á su propio caudal.

No quiero yo que en el espíritu peque contra la carne; pero no quiero tampoco que la hermosura de la materia, que sus deleites, aun los más delicados, sutiles y aéreos, aun los que más bien por el espíritu que por el cuerpo se perciben, como el silbo delgado del aire fresco, cargado de aromas campesinos, como el canto de las aves, como el majestuoso y reposado silencio de las horas nocturnas, en estos jardines y huertas, me distraigan de la contemplación de la superior hermosura, y entibien ni por un momento mi amor hacia quien ha creado esta armoniosa fábrica del mundo.

Además, ni la madre ni la hija pueden, por su condición de sirvientes, imponerse a los caprichos impetuosos de su amo, que, por otra parte, se las sabe ya de memoria, lo mismo que a usted. Más que con caldos y con drogas, hay que atender a este enfermo con entretenimientos que le distraigan y alegren y le obliguen a ser dócil, hasta por la cortesía. En fin, que he pensado en Mari Pepa.

¡Gracias mil, señor de Núñez respondió en seguida la señorona, visiblemente complacida con el candoroso ofrecimiento de aquel pobre hombre, y acaso, acaso, y quizá más, con la espontánea recomendación de su amigo . Y ahora, sin nuevas digresiones que nos distraigan y le roben a usted el tiempo y a su excelente señora la paciencia, allá va la historia en pocas palabras: Ha habido en mi familia un gran caudal; pero cuando llegó a mis manos ya no lo era tanto.