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Actualizado: 1 de junio de 2025


Malo es murmurar dijo D.ª Serafina Barrado para salir del silencio embarazoso que reinaba, disgustada como las demás por aquella injustificada agresión; pero muchas veces se toma por murmuración lo que no es. Se habla de cualquier persona... por hablar de algo, sin ánimo alguno de ofenderla.

Atenta a sostener siempre el papel que representaba y que desde algún tiempo exigía de ella mucho esmero, por apartarse cada día más de la expresión sincera de su carácter, mostrábase disgustada de cosas que en realidad le producían más agrado que pena, verbi gratia: «¡Ay, hijito!, yo creí que nuestro amigo Pez no acababa esta noche de contarme sus trapisondas domésticas.

La excitación que la agitaba la hacía más hermosa. Inquieta y disgustada, miraba sin cesar a todas partes, preguntándose: ¿No vendrá? Contestaba lo más brevemente que podía desdeñosa y displicente, y de cuando en cuando miraba con cariño a su madre, que por vez primera parecía esquivar las miradas de su hija.

Nucha, no seas chiquilla.... Perdona, mujer.... Dispensa, no creía que eras . Conteniendo un sollozo, exclamó Nucha: Fuese quien fuese.... Con las señoritas no se hacen estas brutalidades. Hija mía, tu señora hermanita me buscó..., y el que me busca, que no se queje si me encuentra.... Ea, no haya más, no estés así disgustada. ¿Qué va a decir de el tío? Pero ¿aún lloras, mujer?

Hablando con verdad, lo que más disgustada tenía a doña Lupe era, no que Fortunata saliese, sino que no le comunicase nada de lo que pensaba o sentía.

Está muy bien, querida dijo el aya echando una distraída mirada al papel . Ya escribes mejor; tu aplicación supera mis esperanzas. La joven acercó una silla, tomó la mano de la viuda, y le dijo en tono suplicante: Marta, estáis disgustada, ¿verdad? ¡Oh! ¿por qué no podré rescatar mi fatal desobediencia? Sufrís por culpa mía, vos que sois la bondad y el cariño mismos.

Hubo una nueva pausa, hubo nuevas pataditas de Fernandito, repitiendo ¡vamos!, y apareció entonces, muy despacito, la roja cabecita de la Albornoz, engarzada en un sombrerito negro; recorrió con rápida mirada los varios coches detenidos a uno y otro lado de la puerta de Palacio, y bajó después lentamente, mirando siempre en torno suyo y diciendo al cabo muy disgustada: ¡Pues no ha venido todavía!...

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