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Actualizado: 25 de septiembre de 2025


Observó Miguel que la intendenta ejercía una soberanía absoluta, casi despótica, sobre esta diminuta tertulia; ordenaba en tono perentorio cualquier servicio, contestaba con acritud a las observaciones que la hacían, y en general se mostraba bastante indiferente a las atenciones y acatamientos que a cada instante la prodigaban aquellos señores, incluso el tío Manolo.

Desde el vestíbulo bajo hasta el alto, incluso la gran escalera de encina tallada, las hojas perezosas caían sobre sus tallos en grandes vasos de alfarería o de madera; los helechos, la parietaria, el lotus y los nenúphares extendían sus hojas, cautivas de la moda despótica, bajo cuyo imperio parecen sentir la nostalgia de las linfas de los arroyos en que fueron sorprendidas.

Esta juventud, impregnada de las ideas civilizadoras de la literatura europea, iba a buscar en los europeos enemigos de Rosas sus antecesores, sus padres, sus modelos; el apoyo contra la América tal como la presentaba Rosas: bárbara como el Asia, despótica y sanguinaria como la Turquía, persiguiendo y despreciando la inteligencia como el mahometismo.

Bastaba mi cualidad de «señor» y de forastero para merecer aquellos homenajes de una persona de Tablanca, donde son todos la misma cortesía; pero yo era además sobrino carnal de don Celso, hijo «del difunto don Juan Antonio», sangre de los Ruiz de Bejos, de la enjundia nobiliaria de Tablanca, de la «casona» «de allá arriba...», vamos, de los Faraones de allí; algo indiscutible, prestigioso y respetable per se y como de derecho divino; pero no a la manera autoritaria y despótica de las tradiciones feudales, sino a la patriarcal y llanota de los tiempos bíblicos.

Algunas naciones se constituyeron en República; otras fueron monarquías; unas cuantas, con el título de Imperios, restauraron la autoridad despótica y terriblemente paternal de los antiguos soberanos. Nuestra nación, al recobrar sus primitivos límites, creyó oportuno quedarse con dos provincias de Blefuscú, fundándose en confusos derechos históricos.

Tu madre era cigarrera; un día necesitó pagar una deuda, y no teniendo dinero se lo pidió á la cabecilla de su mesa: esta se lo dió ¡pero á qué costa! fuiste la hipoteca de aquel contrato; tu sangre, y un trabajo sin tregua ni descanso, los réditos; y la absoluta pérdida de tu libertad, la cláusula de aquel monstruoso pacto. Desde aquel momento tuviste una despótica señora.

¡Los dramas ignorados que había presenciado aquel testigo azul mudo e inmenso! ¡Los naufragios que no habían dejado como rastro ni una tabla!... Avanzaba la nao bajo la dirección y la autoridad despótica del piloto, una especie de brujo que hablaba con los vientos y las olas.

Palabra del Dia

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