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Actualizado: 21 de julio de 2025


Pero el justo cielo, que pocas o ningunas veces deja de mirar y favorecer a las justas intenciones, favoreció las mías, de manera que con mis pocas fuerzas, y con poco trabajo, di con él por un derrumbadero, donde le dejé, ni si muerto o si vivo; y luego, con más ligereza que mi sobresalto y cansancio pedían, me entré por estas montañas, sin llevar otro pensamiento ni otro disignio que esconderme en ellas y huir de mi padre y de aquellos que de su parte me andaban buscando.

La intriga estaba hábilmente urdida y, aunque los mismos papeles secuestrados comprobaban su inocencia, el sofisma procesal torturó los hechos y los vocablos. Por fin, la generosa intervención del prior de Santo Tomás vino a socorrerle al borde mismo del derrumbadero, paralizando la causa.

Con estas fantasías en la cabeza y los ojos cerrados muy a menudo por no ver los abismos a mis pies, fui bajando la pendiente cómo y por dónde quiso mi caballejo, a cuya juiciosa firmeza me había entregado con ciega fe desde arriba, por encargo del propio Chisco, que me precedía caminando por el derrumbadero con igual desembarazo que yo por los pasillos de mi casa.

Pero toda mi industria y toda mi solicitud fue y ha sido de ningún provecho, pues mi amo vino en conocimiento de que yo no era varón, y nació en él el mesmo mal pensamiento que en mi criado; y, como no siempre la fortuna con los trabajos da los remedios, no hallé derrumbadero ni barranco de donde despeñar y despenar al amo, como le hallé para el criado; y así, tuve por menor inconveniente dejalle y asconderme de nuevo entre estas asperezas que probar con él mis fuerzas o mis disculpas.

Después de penosa marcha por áspera pendiente, donde se hacía necesario trepar con el arcabuz colgado y entre los dientes la espada, ancho y profundo foso corta el paso á las trincheras enemigas; la daga y los crispados dedos substituyen á la escala al trepar por los escalpes; numerosos soldados pagan con la vida su arrojo; el Capitán Ugalde recibe dos balazos; el Mayor Corcuera, acribillado de heridas, hinca la rodilla en tierra y así continúa la defensa de su puesto; el temerario abanderado Amerquita logra plantar su enseña sobre el parapeto enemigo, pero cae cubierto de heridas en la cabeza y garganta; Castelo ataca briosamente por el lado opuesto á los mahometanos, que amedrantados ya, son derrotados y huyen precipitándose por un derrumbadero, donde muchos pierden la vida; y cuando un numeroso cuerpo de moros, conducidos por el mismo Corralat, atacan con furia salvaje, por la espalda, á fin de proteger a los del fuerte, el Capitán Becerra que cubierto de heridas se hallaba postrado, se presenta en la lucha sobre los hombros de dos soldados, arenga á su tropa y acorrala al enemigo con tal coraje, que Corralat quedó herido, salvando la vida en fuga precipitada.

Palabra del Dia

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