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Actualizado: 6 de junio de 2025
La perseguía lanzando gruñidos y risotadas; abrazábala aquí, soltábala allá, recibiendo en sus carrillos, ásperos y duros como la piel de un elefante, las bofetadas de la doméstica, sin manifestar sentirlas. Crujían los muebles, retemblaba el piso, campanilleaba la vajilla de los aparadores. Y él sin cejar. Cada vez más falso y zalamerón.
Si hacía sol, Lucía y Pilar bajaban al jardinete y pegaban el rostro a los hierros de la verja; pero en las mañanas lluviosas quedábanse en el balcón, protegidas por los voladizos del chalet, y escuchando el rumor de las gotas de lluvia, cayendo aprisa, aprisa, con menudo ruido de bombardeo, sobre las hojas de los plátanos, que crujían como la seda al arrugarse.
Frente á frente vió una claridad extraña, como toda claridad que brilla durante el día. Aquella claridad se convirtió en llama, que brotaba de un montón de leña. La llama crecía, crecía hasta llegar á una altura enorme; crujían los leños, saltaban chispas; una columna de humo negro subía hasta tocar el cielo.
Unas eran de techo bajo; otras tenían en el primer piso una galería de madera, con escalerillas de tablones carcomidos, que crujían a la más leve presión como si fuesen a romperse. Maltrana no tardó en conocer la heterogénea población de las Cambroneras. Formaban un mundo aparte, una sociedad independiente dentro de la horda de miseria acampada en torno de Madrid.
Palabra del Dia
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