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Actualizado: 10 de junio de 2025
Cuando la capital se enteró de que los voluntarios del Pretendiente, organizados en divisiones y cuerpos, podían hacer frente a las tropas, nadie dejó de convenir en que era necesario hacer un esfuerzo supremo. En los casinos, cafés y clubs, hasta en los corros de las calles se notó en el centro del día esa efervescencia síntoma de la inquietud popular.
Todo este público, o estaba sentado en sillas y bancos, formando corros, murmurando, politiqueando, coqueteando o enamorándose, o giraba en torno del quiosco, desde donde sonaba la música, dando vueltas y vueltas, aunque sea pérfida comparación, como mulos de noria.
¡Sí, sí! exclamó ; esta es la puerta de mi aposento, y no hay nadie en él, y luego este papel sellado; ¡Dios mío! El cocinero mayor se agarró con entrambas manos la cabeza, como pretendiendo que no se le escapara, y de repente dió á correr y se entró en la cocina. Oficiales, galopines y pícaros, hablaban en corros. De repente, una voz desesperada, horrible, llamó la atención de todos.
Las gentes se hablaban ávidas de recibir y comunicarse nuevas que justificaran la exaltación de los ánimos; los que no sabían leer, es decir, el mayor número, se reunían en corros a oír las relaciones que en cartas o periódicos se hacían del estado de España, que semejaba haber caído en poder de moros; comenzaron a pronunciarse con respeto nombres de cabecillas olvidados; y personas que jamás hicieron alarde de su opinión, manifestaron sin rebozo que, si en aquellos valles volvía a resonar el grito de Dios, Patria y Rey, contestarían a él con entusiasmo.
Palabra del Dia
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