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Actualizado: 15 de junio de 2025
Los muebles antiguos habían desaparecido; paseábanse ellas en medio de un verdadero cúmulo de maravillas. ¡Y las caballerizas, y las cocheras! Un tren especial trajo de París, bajo la inmediata vigilancia de Edwards, unos diez carruajes, ¡y qué carruajes! una veintena de caballos, ¡y qué caballos! El abate Constantín creía saber lo que era lujo.
En cuanto a que aquí levanten la cabeza, demasiado comprende usted que no es posible, porque cuentan con muy pocos elementos..., y eso que bien lo trabajan. ¡Ya lo creo que lo trabajan! Hay que estar prevenidos... y no dormirse... Y en último resultado, más vale pájaro en mano... Pero dígame usted, don Mariano, hablando de otra cosa, ¿han terminado ya de arreglar las cocheras?
Gran escalinata de mármol, montera de pizarra a lo Luis XIV, lunas enormes de cristal en los balcones, todo el arreo, en fin, de que ahora hacen gala los hombres opulentos cuando fabrican una mansión para su regalo. Las cuadras y las cocheras, también suntuosas, cerraban el patio por la izquierda.
Mientras así platicaban, dirigíanse los inseparables équites a paso lento desde las cocheras de don Rosendo, sitas en un extremo de la villa, al otro extremo de ella, atravesándola por el medio. Eran las diez de la noche; la temperatura suave, de primavera. Los pocos transeuntes que por las calles quedaban, dirigíanse a paso rápido hacia su domicilio.
¿Y le veré a usted paseando a caballo por la Castellana? No digo que no. Yo he sido regular jinete. No gobierno mal... Ya que hemos hablado de carruajes, le aconsejo a usted que no tenga cocheras... que se entienda con un alquilador. Los hay que sirven muy bien. Se quitará usted muchos quebraderos de cabeza.
Palabra del Dia
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