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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Doña Gertrudis estaba rebujada en una magnífica manta de felpa, y tenía la cabeza cubierta con una cofia, por debajo de la cual enseñaba algunos cabellos entre rubios y blancos. Su rostro era de singular blancura mate, fino y correcto. Los ojos azules y sumamente tristes. Más que de la enfermedad advertíanse en aquel rostro las huellas de la clausura. Me mata, me mata este ruido en los oídos.
Escuchaba ya su voz irónica: «¡Nada de mujeres!» Y la primera que se presentaba lo hacía marchar ante su paso, confuso pero obediente, lo mismo que un prior que rompe la clausura para recibir á una reina. La inquietud le hizo hablar al coronel, que iba silencioso á su lado, acompañándole desde la verja al edificio. ¿Dónde estaba Castro?... En la biblioteca, con lord Lewis.
Todo lo indicaba así: el teniente casi expulsado de aquella casa que dos semanas antes consideraba como suya; su protectora evitando el verle, para lo cual espaciaba sus visitas. Además, al enterarse ella por Valeria de que su antiguo enamorado había roto la voluntaria clausura en Villa-Sirena, se apresuraba á darle una cita inmediata, como si le urgiese reanudar sus relaciones con él.
Nosotros podemos desprender del cuerpo material y pesado dicha forma etérea, mal llamada cuerpo, recorrer con ella inmensas distancias, filtrarnos o colarnos por cualquier resquicio en la más severa clausura y conversar a todo nuestro sabor con nuestros amigos y adeptos.
Palabra del Dia
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