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Actualizado: 8 de junio de 2025
El atung-taqui filipina, es el árbol hueco, descrito por los primeros exploradores de la India, y que todavía se conserva entre los moradores que habitan las orillas del Amazonas, y las dilatadas faldas del Chimborazo, según pudimos ver entre los objetos que los individuos de la expedición científica del Pacífico, exhibieron en los jardines del Botánico de Madrid.
Solís, que era una autoridad científica de su época, el primer sabio oficial en las cosas del mar, explotaba su prestigio desde Sevilla, aprovechando todas las ocasiones favorables para formular una petición. Don Fernando el Católico, a su demanda, le concedía los bienes de un vecino que se había suicidado. En aquellos siglos, la fortuna del suicida pasaba a la corona.
Los transeúntes, al hacer esta observación, se hallaban muy lejos de sospechar que tal fugaz apariencia era un símbolo. Porque Sánchez, en las altas esferas de la indagación científica, marchaba osadamente a regiones jamás exploradas hasta entonces. Una cosa le preocupaba hondamente en aquellos días.
Durante los últimos quince años de su vida fue un apóstol de la educación científica y moral, ocupando cátedras en las Universidades de Buenos Aires y La Plata; de ésta última fue vicepresidente fundador y canciller vitalicio. Su carrera de escritor, iniciada en la prensa, en 1882, le llevó a especializarse en estudios de educación, sociología y moral.
A la vez que expone la obra de cada uno de estos investigadores, el autor se detiene a estudiar, al paso que se presentan, las cuestiones fundamentales de la Psicología científica, esclareciendo con gran copia de luz, entre otros problemas, el origen de la noción de espacio, la crítica de la ley de Fechner y la duración de los actos psíquicos.
Ello es lo cierto que con aplicación y estudio sería fácil demostrar que en el siglo XVI apenas hubo audacia científica o filosófica, condenada en otras naciones, que a pesar de la Inquisición no hallase acogida entre nosotros: sistemas de Copérnico y de Galileo, transformación de las especies, generación espontánea, seres racionales distintos de la prole de Adán y de los ángeles, y en suma, cuanto a un escritor o pensador se le ocurriese soñar, probar o dar por demostrado, como no transcendiera a judaizante, morisco, luterano o calvinista.
Carlitos había terminado la carrera de ingeniero de caminos y se disponía a emprender la de ciencias. Fue constantemente el número uno de su clase, y había escrito ya algunos artículos sobre mineralogía en una revista científica. Continuaba siendo el sabio de la familia, con beneplácito de todos.
Aunque no quiera, ha de ver en el camino no recorrido, con difíciles pasos, nieves, grietas, obstáculos de todo género, una imagen del penoso camino de la virtud: esta comparación de las cosas materiales con el mundo moral se impone á su espíritu y le hace pensar: «A pesar de la naturaleza, he alcanzado éxito próspero: la cumbre está bajo mis plantas: verdad es que he sufrido, pero vencí, y cumplí mi deber.» Este sentimiento hace toda su fuerza en aquellos que han de llevar á cabo realmente la misión científica de escalar una cima peligrosa, ya para estudiar rocas y fósiles, ya para enlazar una red de triángulos y levantar el plano de una comarca.
Que aun suponiendo que esta literatura de moda es muy científica, exquisita y profunda, todavía se puede negar que sea bien encaminada literatura, sino mera extravagancia, ya que no propende a deleitar, sino a enseñar, fin que se cumple mejor que con novelas, con disertaciones fisiológicas, patológicas, histológicas y teratológicas.
Los clubs, que comenzaron siendo cátedras elocuentes y palestra de la discusión científica, salieron del círculo de sus funciones propias aspirando á dirigir los negocios públicos, á amonestar á los gobiernos é imponerse á la nación.
Palabra del Dia
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