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La tempestad ya estaba lejos... los árboles continuaban chorreando el agua de las nubes, pero el cielo empezaba a llenarse de azul. Por decir algo, don Víctor dijo: Verá usted como esto repite a la noche.... Por allá abajo viene otro mal semblante... mire usted por entre aquellas ramas.... Vamos a bajar antes que vuelva el agua advirtió De Pas, que hubiera querido estar cinco estados bajo tierra.

Era una carabela, un galeón, una nave, tal como los había visto en los viejos libros: las velas con leones y crucifijos pintados, un castillo en la popa y un figurón tallado en el avante, que se hundía en las olas para reaparecer chorreando. El cofre, en fuerza de empujones, abordaba la costa tallada á pico de un arcón, el golfo triangular de dos cómodas, la blanda playa de unos fardos de telas.

El primero que encontraron fue el Ferrer, moribundo, con la cabeza chorreando sangre, lanzando aullidos y retorciéndose lo mismo que un demonio... Ya había acabado de penar. ¡Que Dios le acogiese en su misericordia!

El color blanco o castaño de los animales quedaba brillante, chorreando sus pelos un líquido de color rosa, mezcla de agua y de sangre. Remendaban los caballos como si fuesen zapatos viejos; explotaban su debilidad hasta el último momento, prolongando su agonía y su muerte.

El arma cayó sobre el reptil con fuerza irresistible, cortándole el cuerpo a unos siete pies de la cola. Herido de muerte, aflojó al instante los anillos, y soltó al chino, para arremeter, mutilado y chorreando sangre como estaba, con aquel nuevo enemigo, dando silbidos de cólera. Pero Van-Stael no era hombre asustadizo.