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Actualizado: 29 de junio de 2025
El calvatrueno que adornó a la Mancha de más despojos que Jasón decreta; el jüicio que tuvo la veleta aguda donde fuera mejor ancha, el brazo que su fuerza tanto ensancha, que llegó del Catay hasta Gaeta, la musa más horrenda y más discreta que grabó versos en la broncínea plancha, el que a cola dejó los Amadises, y en muy poquito a Galaores tuvo, estribando en su amor y bizarría, el que hizo callar los Belianises, aquel que en Rocinante errando anduvo, yace debajo desta losa fría.
Los portugueses habían llegado ya, caminando hacia Oriente. Los castellanos, caminando hacia el Occidente, ansiosos de circunnavegar el planeta, habían hallado un imprevisto obstáculo, un valladar inmenso, un continente extensísimo que se dilataba millares de leguas, casi desde un polo a otro, y que les cerraba el camino de Cipango, del Catay y de la India.
Todas acudían allí para traer telas, alhajas, primores y otros objetos de arte producto de la industria europea, conque satisfacer el amor al fausto de los portugueses, y para llevar, en cambio clavo y pimienta, perfumes de Arabia, canela de Ceilán, sedas y porcelanas del Catay, marfil de Guinea, alfombras de Persia, chales y albornoces de Cachemira, perlas, diamantes y rubíes de las montañas y de los golfos de la India, bambúes y cañas y tejidos de algodón y de nipa de Bengala, monos, papagayos y otras aves de vistosas plumas, y mil exóticas curiosidades del extremo Oriente.
En su bazar, situado en una de las calles más céntricas, se veían reunidos los más preciosos objetos de la industria humana, así de lo que en nuestra Península se producía como de lo traído de remotas regiones; de Bagdad, de Damasco, de Bocara, de Samarcanda, de la Persia, de la India y del apenas conocido inmenso imperio del Catay.
Coincidencia singular: los Duques de Medinaceli y de Medinasidonia dieron amparo á Cristóbal Colón; y rivalizando en cierto modo con la Corona, pretendían alistar por su cuenta naves con que se resolviera el problema del camino del Catay, y se asentara el cimiento de la preponderancia marítima de España.
Hasta el desayuno que tomaron los seis, sentados en torno de una mesa redonda, tenía algo de exótico para los europeos de entonces, porque bebieron en hondas tazas, mezclada con leche y azúcar, una infusión de cierta hierba olorosa y salubre, que llamaban cha y que ya se traía a Portugal de los remotos reinos del Catay, que están mucho más allá del Indo y del Ganges.
Había aportado a grandes y fértiles islas, y poco más allá casi daba por seguro que debían de estar Cipango y otros países visitados por Marco Polo. Se jactó también Colón de haber descubierto extensa costa al parecer de un gran continente, y supuso que aquello era el extremo oriental del Asia, y que más al Norte estaba el Catay, y la India más al Mediodía.
Poco a poco, y aunque algo a la ventura, con el propósito de llegar al grande imperio del Catay, nuestros viajeros se internaron por tortuosas y revueltas cañadas, que a cada instante se tornaban más ásperas y solitarias. Por donde quiera breñas, matorrales y riscos, y con frecuencia despeñaderos medrosos, en cuyo borde resbaladizo se desenvolvía la apenas trazada senda que iba hollando.
Agradecido y entusiasmado, trajo entonces perlas de Ormúz, diamantes de Golconda y tejidos de seda, venidos del Catay y bordados con tal esmero y maestría, que no parecía labor de seres humanos sino de hadas y de genios. De la mejor y más estupenda de aquellas telas bordadas se prendó la dama incógnita, quiso comprarla, y pidió el precio.
Comió el segundo dia á la misma mesa con un Egipcio, un Indio gangarida, un morador del Catay, un Griego, un Celta, y otra muchedumbre de extrangeros, que en sus viages freqüentes al seno Arábigo habian aprendido el suficiente árabe para darse á entender.
Palabra del Dia
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