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Actualizado: 10 de junio de 2025


Y no estaba muy en contra de esto que llaman el espíritu del siglo, aunque lamentaba que la aristocracia española careciese de espíritu de clase, y fuese, por lo tanto, incapaz de ser contada como un elemento político, por más que, considerados aisladamente, no valgan menos bastantes individuos de los que a ella pertenecen que muchos de aquellos que se encaraman a las más altas posiciones y mandan y gobiernan, partiendo desde los más humildes puntos de la esfera social.

Al tratar ya en particular de sus dramas, hablaremos primero, como es justo, de El alcázar del secreto, el más famoso suyo en España, hace mucho tiempo. Su fábula y traza es muy ingeniosa, y hay claridad y transparencia en su desempeño, aunque se desearía que careciese de cierta tendencia á la ópera.

Podemos aprender cosas que no se nos enseñan; pero nada podriamos aprender si al primitivo desarrollo de nuestro espíritu no hubiese presidido la enseñanza. Hay en nuestro espíritu muchas ideas que no son sensaciones ni pueden haber dimanado de ellas, es verdad; pero tambien lo es que un hombre que careciese de todos los sentidos, nada pensaria por faltarle á su espíritu la causa excitante.

Compongámosle, pues, de un Gran Metafísico, como en la Ciudad del Sol de Campanella, el cual convendría que fuese un rey hereditario, separado secularmente del vulgo, para que tuviese majestad y careciese de una larga parentela ordinaria ó cursi, y asesorado este rey ó gran metafísico de un consejo ó asamblea de varones doctos elegidos por el pueblo.

Pero estas contrariedades del padre carecían de importancia al ser comparadas con las que le proporcionaba el otro. ¡Ay, el otro!... Julio, al llegar á París, había torcido el curso de sus aspiraciones. Ya no pensaba en hacerse ingeniero: quería ser pintor. Don Marcelo opuso la resistencia del asombro, pero al fin cedió. ¡Vaya por la pintura! Lo importante era que no careciese de profesión.

Ademas, hasta les dejaremos á los ideólogos la facultad de imaginar lo que bien les pareciere sobre las funciones intelectuales de un hombre que careciese de todos los sentidos; sin riesgo podemos otorgarles tamaña latitud; supuesto que nadie aclarará jamas lo que en ello habria de verdad; ya que el paciente no seria capaz de comunicar lo que le pasa, ni por palabras ni por señas.

D.ª Tula tenía sus habitaciones en el piso bajo; el bendito señor, en el alto. Esto no obstante, yo no juraría que lo que se decía careciese en absoluto de fundamento. La vida que llevaba en aquellos días era por demás asendereada y trabajosa, y lo que es peor, no veía la utilidad de ella, como D. Oscar la de las flores.

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