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Actualizado: 15 de junio de 2025


Pasó Delaberge la mañana siguiente redactando un informe en que exponía a la Administración Central el resultado de su visita a los bosques de Carboneras y después de hacer valer sus propias apreciaciones sobre el cambio de terrenos propuesto por la Administración Provincial, demostraba la necesidad de tener en cuenta las legítimas objeciones de los usuarios, formulaba un contraproyecto con planos a la vista y solicitaba una pronta resolución, a fin de que en la próxima reunión de los representantes de la comarca pudiese ya indicar las bases de un arreglo.

Sabe, por consiguiente, tan bien como nosotros, que los bosques de Carboneras son insuficientes en cuanto a leña e impropios en cuanto al pastoreo, privados de caminos de comunicación, y que nos es, por tanto, imposible consentir en lo que sería para nosotros un odioso engaño.

En el momento en que Delaberge se volvió hacia él, acercóse el joven a la señora y dijo con cierta brusquedad: Hasta otra vez, señora; he de subir todavía a los bosques de Carboneras. ¿Pero volverá usted por aquí? exclamó la señora Liénard. Es que necesito todavía de usted...

Mas en su decadencia, las tres damas no podían pasarse sin perro: y es fama que un día, viniendo doña Paz de visitar á sus amigas las Carboneras, al pasar por la Puerta del Sol, vió á un hombre que vendía unos falderillos de pocos días. Acercóse con emoción y cierta vergüenza, pagó uno con ocho cuartos y se lo llevó bajo el manto.

Dos hombres tocaban la guitarra en puntos opuestos del corral, y un chicuelo de doce a catorce años, con vocecita cascada y antipática, iba entonando unas carboneras con bastante estilo. La puerta de Paca estaba solitaria. adentro su voz y llamé con los nudillos. ¿Es uté, señorito? No le esperaba tan pronto dijo la cigarrera, saliendo.

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