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Actualizado: 8 de junio de 2025
Por primera vez en su vida compadeciose de los sufrimientos del prójimo. ¡Doctor, querido doctor! exclamó, estrechando la mano de Bernier, ¡daría toda mi fortuna por salvar a ese valiente muchacho! Cinco días después, el mal había avanzado más aun.
Pero M. Bernier le respondía de vez en cuando, con imperturbable calma: Permitidme que os corte un trozo de piel del brazo, y os reconstruiré la nariz. M. L'Ambert pareció decidirse un instante.
Despertó a M. Bernier, y le refirió, con la consabida che, cuanto le había ocurrido aquella noche. Mucho ruido y pocas nueces le contestó el doctor, riendo de buena gana. Romagné es inocente; la culpa es toda vuestra. Permanecisteis con la cabeza descubierta a la salida de los Italianos: de ahí procede todo el mal.
Supuesto que tenéis en vuestro poder el libro de Ringuet, poseeréis seguramente algunas nociones de cirugía. M. L'Ambert confesó que no había llegado aún a ese capítulo. Pues bien replicó M. Bernier, voy a condensároslo en cuatro palabras. La rinoplastia es el arte de rehacer la nariz a los imprudentes que la han perdido.
La hinchazón y la coloración desaparecieron por algún tiempo; mas sus efectos no fueron de larga duración. Fue preciso recurrir a otro expediente. Pidió M. Bernier veinticuatro horas para reflexionar, y se tomó cuarenta y ocho.
Por fin se dio con el domicilio del aguador, pero éste ya no vivía en él. Los vecinos refirieron que había hecho fortuna y vendido su tonel para gozar de la vida. M. Bernier dio una terrible batida por las tabernas y demás lugares de placer, en tanto que su enfermo permanecía sumido en la mayor melancolía.
Recogiola M. Bernier, examinola con una lente, y le pareció que el oro estaba como argentado en los alrededores del sitio de la rotura. ¡Diablo! exclamó. ¿Habrá hecho Romagné alguna calaverada? ¿Qué calaveradas queréis que haya hecho? ¿Le tenéis todavía en vuestra casa? No; el pillo me ha abandonado. Trabaja en la ciudad. Espero, sin embargo, que esta vez habréis conservado sus señas.
El criado había ido a buscar al más próximo, y no anduvo desacertado, porque M. Bernier, si bien no estaba a la altura de los Velpeau, los Manee y los Huguier, ocupaba un lugar muy honroso inmediatamente después de ellos. ¡Que venga! exclamó M. L'Ambert. ¿Por qué no está aquí ya? ¿Creen, por ventura, que me encuentro en situación de esperar?
Palabra del Dia
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