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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Luego expresó lo que verdaderamente pensaba. Aunque no he recibido una educación brillante, lo que hay que hacer en casos como el presente. Conozco, además, la opinión de personas muy altamente colocadas. Debo batirme, y me batiré. Dijo esto con tal sinceridad, que Robledo pensó en Elena al oírle mencionar las «altas personas» que le habían aconsejado.

La imagen de Castro había pasado por su memoria, haciéndole mirar á su acompañante con una tolerancia fraternal. Yo comprendo muchas cosas. No soy hombre de armas, como usted, y sin embargo, una vez sentí deseos de batirme. Ahora me río cuando lo pienso; pero, en iguales circunstancias, volvería á hacer lo mismo... ¡El poder de las mujeres! ¡Cómo nos transforman!...

No tocar el piano le diría . Y si, en vez del ajedrez o el piano, el señor en cuestión se orientase hacia la esgrima y quisiera batirse conmigo a espada o a sable, mi contestación sería igualmente lacónica. Lo siento mucho, pero no batirme a sable ni a espada... En el primero y el segundo casos, todo el mundo encontraría mi negativa perfectamente natural.

Cualquier razón sirve para no batirse, excepto la de que uno no se sabe batir. A nadie se le ocurre atribuir al miedo el motivo de que yo no conciertos en la Sociedad Filarmónica; pero si yo me negara a batirme, se diría que el miedo me dominaba: En el terreno, la técnica significa muy poco. Lo decisivo es el valor...

Anita me engaña, es una infame ... pero ¿y yo? ¿No la engaño yo a ella? ¿Con qué derecho uní mi frialdad de viejo distraído y soso a los ardores y a los sueños de su juventud romántica y extremosa? ¿Y por qué alegué derechos de mi edad para no servir como soldado del matrimonio y pretendí después batirme como contrabandista del adulterio? ¿Dejará de ser adulterio el del hombre también, digan lo que quieran las leyes?».

Dejarlos que se maten. Más valía la vida de su padre que la de aquellos chisperos. El conde escuchó sin ruborizarse las calurosas expresiones de su hija, cosa que me parecía imposible. Llegó, por fin, la hora crítica de las nueve de la noche. Había comido muy poco. Estaba nervioso, como si fuera a batirme.

Cuando esto pasaba, sentí un vivo clamor de la naturaleza dentro de , sentí hambre, pero ¡qué hambre!... Francamente, y sin ruborizarme, digo que tenía más ganas de comer que de batirme. ¿Y qué? ¿Este miserable hijo de España no había hecho ya bastante por su Rey y por su patria, para permitir llevarse a la boca un pedazo de pan?

Palabra del Dia

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