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Al ver las lavas ardientes que se revuelcan, se agitan, se chocan bramando en este gran foco de lucha intestina, los que por más avisados se tienen, han dicho: es un volcán subalterno, sin nombre, de los muchos que aparecen en la América: pronto se extinguirá; y han vuelto a otra parte sus miradas, satisfechos de haber dado una solución tan fácil como exacta de los fenómenos sociales que sólo han visto en grupo y superficialmente.

Lo mejor era ir al encuentro de los gigantes de su especie, para que aquella pobre joven recobrase la salud. Pensó además que los buques de la flota, avisados por el gobierno, navegarían ya á estas horas para darle caza, y era necesario pasar cuanto antes la barrera de los dioses.

Las huelgas les olían á política, á algo peligroso en que no debían mezclarse los pobres. Y avisados de la bronca que preparaban los compañeros, deslizábanse prudentemente hacia su tierra, con el propósito de volver cuando todo pasase, aprovechándose entonces de las ventajas que los otros pudieran conseguir.

Así habían osado despegarse de las costas, perder de vista la tierra, aventurarse en el desierto azul, avisados de la existencia de las islas por las gibas vaporosas de las montañas que se marcaban en el horizonte al ponerse el sol.

10 Y viendo la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. 11 Y entrando en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, le adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron dones: oro, e incienso y mirra. 12 Y siendo avisados por revelación Divino en sueños que no volviesen a Herodes, se volvieron a su tierra por otro camino.

El orgullo. La exageracion del amor propio, la soberbia, no siempre se presenta con un mismo carácter. En los hombres de temple fuerte y de entendimiento sagaz, es orgullo; en los flojos y poco avisados, es vanidad. Ambos tienen un mismo objeto, pero emplean medios diferentes. El orgulloso sin vanidad, tiene la hipocresía de la virtud; el vanidoso tiene la franqueza de su debilidad.

Porque todos aquellos señores eran huéspedes míos, avisados con esta condición, y aun sin ella... y aun sin aviso ninguno. Bastaba la costumbre para autorizarlo; y el ser amigos de la casa mortuoria en un lugarejo tan desmantelado como aquél, para justificar la costumbre.

Miguel temiendo que los de Galípoli sabida la muerte de Roger no le acometiesen, mandó que el gran Primicerio fuese con todo lo grueso del ejército sobre Galípoli. Ejecutóse luego, y con la caballería mas ligera se enviaron algunos Capitanes, para que les acometiesen antes que pudiesen ser avisados.

Sólo los más avisados o eruditos entendieron que se trataba de una ceremonia simbólica y que aquellos mandobles al aire significaban que don Pedro estaba resuelto, como caballero profeso que era de una orden militar, a batirse con todos los enemigos de la fe, en cualquier paraje del mundo.

Pero, aun así, El Diablo Cojuelo ¿se había hecho del todo accesible a la inteligencia de los lectores medianamente ilustrados de nuestros días? Aun rectificadas en su segunda edición, ¿bastan las notas del señor Bonilla para ahorrar tropiezos, en muchos lugares de la novela, hasta a los lectores más avisados e instruidos?