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Actualizado: 22 de junio de 2025


Últimamente apareció un grupo abigarrado de damas y caballeros, donde predominaban los sombreros de paja y las manteletas encarnadas, y el viejo lobo marino que acababa de jurar como un carretero, blasfemó otra vez de puro satisfecho y colocó una tabla entre el atracadero y la falúa para que pasase la gente. El primero que saltó fue don Mariano.

Hemos venido con los cuatro rizos, y aínda hubimos de arriar la vela al pasar La Bensa. ¡Qué noche fiera! No se ve ni una estrella. ¡Ni hace falta! Si fueseis gente de mar, os gustaría este tiempo bravo. ¡Es mucho tiempo! Siempre preferible a la calma. Han llegado al atracadero donde se abriga la barca. Grandes peñascales coronados por las ruinas de un castillo.

El jueves, el jueves, ¿qué tengo yo que hacer el jueves? ¡Ah, me parece que nada! ¿Llevaremos el impermeable? Yo creo que basta con el abrigo, etcétera.» Y en efecto, el jueves a las ocho de la mañana, la falúa de don Mariano y la de la Sanidad, limpias y aderezadas como dos muchachas en día de romería, aguardaban impacientes a la gente cabeceando una al lado de otra en el atracadero del muelle.

De lo alto de ellos, algunos marineros nos miraban con curiosidad, y se decían, sonriendo, frases que no llegaban a nuestros oídos. Detrás dejábamos el gran puente de Triana, cuyos ojos se iban achicando lentamente. Pronto salimos del atracadero de los barcos y llegamos al recodo que guarnecen los naranjos del jardín de las Delicias. El río hace una gran ese, revolviendo hacia Triana.

Palabra del Dia

irrascible

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