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Cuando el fundador de tu dinastía arrojó de estos países a los últimos príncipes de los Almohades, no pudieron éstos, en el rebato de aquellos sangrientos sucesos, transportar de aquí los inmensos tesoros de su casa, tesoros que habían venido acreciendo y aumentándose incesantemente de sultán en sultán y de dinastía en dinastía, ya por las herencias y conquistas, y ya por las artes y maravillas de las ciencias ocultas, en que eran muy versados.

Hubo de ser asimismo hábil y discreto cortesano, porque privó con el rey moro de entonces, de la dinastía de los Almohades, y alcanzó tal valimiento, que pudo favorecer, aupar y llamar con buenos empleos a aquella brillante corte a no pocos otros sabios y literatos.

Pues el Alafrit, que es guarda de esos tesoros, que es favorecedor eterno de la familia de los Almohades, así como enemigo jurado de la tuya, sabe las virtudes del collar maravilloso.

Las razas que alternativamente se apoderan del trono cordobés, no dejan en la mezquita la menor huella: pasan todas por delante de la gran fábrica silenciosa, como las espumantes olas de un rio desbordado que con imponente murmullo se empujan sin batir la dura peña de la orilla; y el incomparable edificio de los Abde-r-rahmanes y Al-hakemes se mantiene intacto, sin que al parecer introduzcan modificacion alguna en él los almoravides ni los almohades, esperando el término del castigo que sufre la grey de Cristo y el momento de volverse á enarbolar la triunfante enseña de la redencion sobre las columnas que habian sustentado el templo de Jano .

En el despecho de perder todo este imperio que la fortuna regalaba a tu familia en fraude de la suya propia, los príncipes Almohades dejaron invisibles todos sus tesoros y riquezas en las mansiones subterráneas de estos inmensos alcázares y palacios, con tales artes y por tales secretos cabalísticos, que sólo Soleimán, o quien su anillo posea, pudiera haber a la mano y apoderarse de tanto encantado tesoro.

Deseoso el amir El Mamun de escarmentar á los rebeldes almohades, solicitó del rey de Castilla tropas que pasasen con él á Mauritania, y el rey cristiano le respondió: «No te daré ejército si no me das diez plazas fronterizas que yo señale, y si Dios te concede entrar en Marruecos, habrás de construir para los cristianos que te acompañen una iglesia en el centro de la ciudad, en que puedan ellos celebrar públicamente su culto tocando las campanas todo el tiempo que duren las ceremonias.

Saliste del poder de los almoravides para entrar en el de los almohades: desplomóse el imperio de los almohades, y tampoco supiste reconquistar tu independencia. Formáronse en España varios reinos como á la caida de tus Ommyadas: ni voz tuviste para recordar tus derechos.

El reino de Córdoba dependió luego de los amires de Sevilla, y á fines del siglo XI pasó bajo el imperio de los amires de Africa, almoravides y almohades. Poseianle estos últimos cuando en el primer tercio del siglo XIII se rindió á las armas de D. Fernando el Santo.