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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Acuérdome que un día dije a uno destos pertinaces: ''Decidme, ¿no os acordáis que ha pocos años que se representaron en España tres tragedias que compuso un famoso poeta destos reinos, las cuales fueron tales, que admiraron, alegraron y suspendieron a todos cuantos las oyeron, así simples como prudentes, así del vulgo como de los escogidos, y dieron más dineros a los representantes ellas tres solas que treinta de las mejores que después acá se han hecho? ''Sin duda -respondió el autor que digo-, que debe de decir vuestra merced por La Isabela, La Filis y La Alejandra''. ''Por ésas digo -le repliqué yo-; y mirad si guardaban bien los preceptos del arte, y si por guardarlos dejaron de parecer lo que eran y de agradar a todo el mundo.
Tenía un coche sin caballos a la puerta. Díjeles que aquella era y que allí estaba ella y el coche y dueño para servirlas. Nombréme don Álvaro de Córdoba y entréme por la puerta delante de sus ojos. Y acuérdome que cuando salimos de la tienda llamé uno de los pajes, con gran autoridad con la mano. Dijo que no; y con tanto, acomodé los criados ajenos como buen caballero.
La música exhalaba ilusoria frescura como un volar de espíritus ideales. Ramiro entreabrió sus labios con una sonrisa voluptuosa. De pronto, con voz muy queda, e inclinando el cuerpo hacia ella, prosiguió: Acuérdome agora de cuando me asomaba de noche a mi ventana, allá en la heredad. Todos en vuestra casa dormían, y vos mesma.
Acuérdome que un día deshonré en mi tierra a un oficial, y quise ponerle las manos, porque cada vez que le topaba me decía: «Mantenga Dios a vuestra merced.» «Vos, don villano ruin -le dije yo- ¿por qué no sois bien criado? ¿Manténgaos Dios, me habéis de decir, como si fuese quienquiera?» De allí adelante, de aquí acullá, me quitaba el bonete y hablaba como debía."
Que un hidalgo no debe a otro que a Dios y al Rey nada, ni es justo, siendo hombre de bien, se descuide un punto de tener en mucho su persona. Acuerdóme que un día deshonré en mi tierra a un oficial y quise poner en él las manos, porque cada vez que le topaba me decía: "Mantenga Dios a vuestra merced."
Palabra del Dia
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