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Y la razón es que como ellos, dondequiera que están, traen el infierno consigo, y no pueden recebir género de alivio alguno en sus tormentos, y el buen olor sea cosa que deleita y contenta, no es posible que ellos huelan cosa buena. Y si a ti te parece que ese demonio que dices huele a ámbar, o te engañas, o él quiere engañarte con hacer que no le tengas por demonio.

Todas las tonalidades del ámbar, desde el gris suave al amarillo pálido, brillaban en aquellos líquidos densos a la vista como el aceite, pero de una transparencia nítida. Un lejano perfume exótico, que hacía pensar en flores fantásticas de un mundo sobrenatural donde fuese eterna la existencia, emanaba de estos líquidos extraídos del misterio de los toneles.

Cesaban las risas, se entenebrecían los rostros, y el capitán Valls paseaba en torno sus ojos de ámbar, respirando satisfecho, como si acabase de alcanzar un triunfo, mientras el pequeño volumen volvía a ocultarse en su bolsillo. Una vez que Febrer figuraba entre los oyentes, el marino le dijo con voz rencorosa: también estabas allí. Es decir, no.

Un hombro desnudo se apoyaba en él, dejando sobre el paño negro del smoking tenues manchas de velutina. Al volver hacia ella una mirada ávida y encontrarse con sus ojos no sentía extrañeza, como si los conociera desde mucho antes. Eran grises; los que él llevaba en su recuerdo eran negros, con reflejos de ámbar; pero unos y otros le miraban de igual modo, con una expresión invitadora.

No lo creyera si me lo dijeran frailes descalzos; pero, pues la señora doña Rodríguez lo dice, debe de ser así. Pero tales fuentes, y en tales lugares, no deben de manar humor, sino ámbar líquido. Verdaderamente que ahora acabo de creer que esto de hacerse fuentes debe de ser cosa importante para salud.