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La condesa siguió unos instantes en la misma actitud con los ojos fijos y el oído atento á aquellos gritos. Después se puso á comer tragando atropelladamente los manjares. El conde no levantó siquiera la cabeza. Con la misma seguridad y elegancia siguió comiendo silenciosamente, sin manchar siquiera sus labios finos y pálidos.

En este tiempo, nuestros caminantes, tragando leguas de aire, como si fueran camaleones de alquiler, habían pasado a Adamuz, del gran Marqués del Carpio, Haro y nobilísimo decendiente de los señores antiguos de Vizcaya, y padre ilustrísimo del mayor Mecenas que los antiguos ingenios y modernos han tenido, y caballero que igualó con sus generosas partes su modestia.

Algunos sonidos articulados empezaron á percibirse confusamente en aquel torrente de sollozos. Teno miedo, mamá... teno miedo. La condesa llevó una copa de vino á los labios y dejó caer algunas gotas sobre la ropa. Sin echarlo de ver, siguió tragando pedazos de pan, abriendo y cerrando los ojos al mismo tiempo con nerviosa rapidez. ¡Ay, mamita, por Dios! ¡Teno miedo... teno miedo!...

El cantero rompe la piedra con su martillo, y al vencerla se envenena tragando el polvo en invisibles partículas; cada martillazo se lleva un fragmento de su vida.

Pero comprendía que con esto no adelantaba nada; al contrario, pondría las cosas en peor estado, y se callaba tragando bilis o apelaba con timidez a los ruegos para conjurar la borrasca. Más de una vez pensó en irse de nuevo a la fonda; pero al instante su conciencia se rebelaba. ¿Esto no era egoísmo? ¿Qué adelantaba su hermana con que él no estuviese en casa?