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Actualizado: 27 de julio de 2025
Más que aplausos, en cambio, fueron aclamaciones ensordecedoras las que saludaron al heraldo que en el opuesto extremo de la liza enumeró los nombres popularísimos de los justadores gascones. Comienzo á creer que teníais mucha razón, Chandos, al aconsejarme que no tomase hoy partido ni enristrase lanza, dijo el príncipe en voz baja al notar el estado de los ánimos.
Aconteció, además, que un día en que por costumbre, no curado aún bien de la locura que me habíais pegado, estaba yo en la iglesia de las Descalzas Reales... sólo por oír vuestra voz, que la teníais excelente y me enamoraba, un mal nacido ofendió á una dama. Volví por ella, mediaron palabras y aun más; salimos á la calle, y maté á aquel hombre.
Decid á su excelencia, vuestro amo, que soy la duquesa de Gandía. Dió otro paso atrás el maestresala. Mirad dijo Quevedo ganando aquel paso. Y mostró al maestresala el sobrescrito de la carta que le había dado la de Lemos. Acabáramos dijo el maestresala ; con haber dicho que teníais que entregar á su excelencia en propia mano... Esta carta viene sola.
Estoy contemplando á la monarquía, señor contestó Quevedo ; contemplando en vuestra majestad á la gran monarquía española en ropilla. Frunció el rey el entrecejo. ¿Y era todo eso lo que teníais que decirme con tanto empeño? Sí, señor. Pues si ya me lo habéis dicho, idos dijo un tanto contrariado el rey. Si vuestra majestad me lo permite, le diré más. Decid.
A vosotros no puedo daros nada: los dos estáis malditos; pero vuestros hijos son inocentes y tendré mucho gusto en hacer un don á cada uno de ellos.... Yo había creído que teníais una descendencia más numerosa. ¿Sólo cuatro hijos? Seguramente que no me arruinaré con mis regalos. Anda, Eva, tráeme á tus pequeños. Los cuatro pilletes se alinearon ante el Todopoderoso, que los examinó atentamente.
Palabra del Dia
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