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Actualizado: 2 de septiembre de 2025


Una ventana próxima dejaba visible la puesta del sol, envolviendo en un nimbo de oro al piano y al ejecutante. La poesía del ocaso entraba por ella: susurros del ramaje, cantos moribundos de pájaros, zumbidos de insectos que brillaban como chispas bajo el último rayo solar.

Se abrió una puertecita disimulada en el papel de la pared, y apareció doña Sol entre susurros de seda, con un intenso perfume de carne fresca y rubia, en todo el esplendor del verano de su existencia.

Que estas guitarras, arpas y rabeles, Si para el pueblo son sonoras aves, Para nosotros son fieras crueles; Y no porque ignoremos ser suaves, Sino porque mil veces repetidas Vienen á sernos ya susurros graves.

Habla el sol... nosotros gozamos; la limpieza, la corrección, la elegancia parecen allí obra de la naturaleza, y el follaje, el esplendor de su verdura, los susurros del aire discreto, la hermosura de la perspectiva, los vuelos graciosos de miles de pájaros, parecen importación del lujo; riqueza y naturaleza se juntan allí; el sol, cortesano del confort, alumbra más.... ¡Cosa extraña!

No era la alegría ruidosa, desbordante de colores y susurros, del huerto al aire libre inundado de sol; tenía la melancólica belleza del jardín monacal entre cuatro paredes, sin más luz que la que desciende a lo largo de los aleros y las arcadas, ni otras aves que las que revolotean en lo alto mirando con asombro un paraíso en el fondo de un pozo.

Al entrar en la habitación del torero, éste, que parecía sumido en el limbo de su debilidad, abrió los ojos y le reconoció, animándose con una sonrisa de confianza. Ruiz, luego de escuchar en un rincón los susurros de los médicos que habían hecho la primera cura, se aproximó al enfermo con aire resuelto. ¡Animo, buen mozo, que de ésta no acabas! ¡Tienes una suerte!...

Palabra del Dia

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