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Actualizado: 4 de junio de 2025
¡Oh, Dios mío, cómo me gusta a mí la sobreasada...! Hoy mismo la como, aunque me haga daño... Tú te tienes la culpa por haberla mentado... ¡Y por fin, y por fin! ¿quién le hubiera dado a Elena un hotelito en la Castellana, con un budoir tan lindo que no hay otro en todo Madrid, con su serre, con su cuarto de baño...? Mira, vamos a hablar un poco de la casa de Madrid. Voy a desayunarme aquí mismo.
Pero hemos inventado cosas de más provecho y sustancia colocando las manos extendidas sobre el abdomen : el pote gallego, la fabada, el bacalao a la vizcaína, la paella valenciana, la sobreasada mallorquina, el chorizo y la Compañía de Jesús. Y ¿dónde me deja usted el descubrimiento del Nuevo Mundo?
No debían acordarse de este mal inevitable, de este último peligro sin remedio alguno, que entristece la vida, quitando su sabor al pan, su alegre topacio al líquido de la parra, su jugo al blanco queso, su sabor de azúcar a los higos purpúreos, y su energía picante a la sobreasada, entenebreciendo y amargando todas las cosas buenas que Dios puso en la isla para consuelo de las gentes de bien. «¡Ay, don Jaime, qué miseria!...»
Pero entonces, gran perverso replicó la joven esposa con voz de mimo y atusándole el bigote con la punta de los dedos , no podrías regalar a tu Elena un aderezo tan hermoso como le has regalado el día de su santo, no podrías llevarla en coche, no podrías vestirla con trajes elegantes, no podrías traerle pastelitos de casa de Lhardy, ni bombones de la Mahonesa. Ni sobreasada de Mallorca.
Palabra del Dia
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