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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Sirven para enriquecer al editor; más amargo viceversa, cuanto que el poeta ha pasado una vida desastrosa. Es la eterna tragicomedia desgarrante. Verlaine tenía una sed fatal que no se saciaba nunca... ¿Fué por eso un originalísimo y alto poeta?
Cuando venía a pasar las vacaciones, no se saciaba de estar junto a él, mirándolo, acariciándolo y adivinando en los ojos sus más leves caprichos, para cumplirlos inmediatamente.
La marquesa no se saciaba de mirar al retrato. ¡Era tan parecido; era la pintura, como de Madrazo, tan fina, tan conforme con la distinción, elegancia y gracia del original! ¡Qué admirable aquella circumpostura del cabello abundante, guarneciendo el rostro, no ciertamente muy oval, antes bien tirando a una redondez algo voluptuosa! ¡Qué palidez tan encantadora! ¡Qué armonía entre lo enfermizo y las inexplicables seducciones! ¡Y aquella mano blanca recogiendo la negra mantilla, qué airosa, qué viva en su admirable modelado!... A la madre se le escaparon en un murmullo de dolor estas palabras: «¡Pobre hija mía! ¡Pobre pecadora!».
En su casa no pudo apartar de la imaginación, todo aquel día y toda la noche, la dichosa manteleta, y de tal modo arrebataba su sangre el ardor del deseo, que temió un ataquillo de erisipela si no lo saciaba.
Abu Hafáz, lleno de complacencia, fue ofreciendo ante sus ojos, y poniendo sobre el mostrador, mil extraños primores en joyas y en telas. Ella no se saciaba de mirarlas. Era muy curiosa. El mercader le dijo: Aún no te he mostrado, sultana, lo más espléndido y peregrino que mi tienda atesora. ¿Y para qué lo escondes y no me lo muestras? dijo ella.
Palabra del Dia
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